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Capítulo 1 aquí, Capítulo 3 aquí, Capítulo 5 aquí
Para lograr nuestros objetivos políticos, la Nueva Derecha norteamericana debe entender la relación exacta entre la teoría social y el cambio social, entre metapolítica y política y entre teoría y práctica. Debemos evitar desviarnos tanto hacia un intelectualismo inactivo como un activismo poco inteligente y tal vez contraproducente.
El Archeofuturism[1]de Guillaume Faye ofrece muchas lecciones importantes para nuestro proyecto. El capítulo 1, “El balance de la Nouvelle Droite”, es un ajuste de cuentas que Faye le hace a la Nueva Derecha francesa. A finales de los ‘70 y principios de los ‘80, Faye era uno de sus principales pensadores y polemistas, antes de que renunciara desilusionado. Doce años más tarde, regresó a la batalla de las ideas con Archeofuturism (1998), que empezó con una explicación sobre su abandono y su regreso.
En los ‘70 y los ‘80, la Nouvelle Droite, dirigida por Alain de Benoist, era un movimiento intelectual altamente visible e influyente. Publicó libros y periódicos como Nouvelle École y Élements; auspició charlas, conferencias y debates; se involucró en las principales corrientes culturales e intelectuales. La Nouvelle Droite no sólo obtuvo cobertura en la prensa dominante, muchas veces marcó los términos de los debates a los que las corrientes principales respondían.
La Nouvelle Droite era profunda; era intelectual; era radical; era relevante, y, sobre todo, era excitante. Estaba basada en el axioma de que las ideas dan forma al mundo. Las malas ideas lo están destruyendo, y sólo ideas mejores lo salvarán. Tenía las ideas correctas, y era cada vez más influyente. Su estrategia metapolítica era un “gramcismo” de derechas, es decir, un intento de dar forma a las ideas y, a continuación, a las acciones de las élites ―académicos, periodistas, hombres de negocios, políticos, etcétera―, tal como lo concebían los escritos del marxista italiano Antonio Gramsci.
Sin embargo, según Faye, a medida que los ‘80 terminaban, la Nouvelle Droite se volvió menos influyente: “Desgraciadamente, se ha vuelto un gueto ideológico. Ya no se ve a sí misma como un centro neurálgico para la difusión de energías con un objetivo final de adquirir poder, sino más bien una empresa de edición que también organiza conferencias, pero con ambiciones limitadas” (pp. 24-25). Las causas de este declive se debían en parte a condiciones objetivas, y en parte a las propias debilidades del movimiento.
Ya sea justo o no con la Nouvelle Droite, dos de las críticas de Faye contienen verdades universales que parecen ser particularmente relevantes para nuestro proyecto en América del Norte.
1. El surgimiento del Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen causó un declive en la visibilidad y la influencia de la Nouvelle Droite, a pesar de que uno esperaría que la buena fortuna del Frente Nacional magnificase la de la Nouvelle Droite. Después de todo, ambos movimientos tienen mucho en común, y poca duda puede haber de que la Nouvelle Droite influyó en el Frente Nacional y atrajo gente nueva a su órbita.
Faye lamenta los “compartimentos herméticos” que sellaron y cerraron diferentes círculos de la Derecha Francesa. En particular, afirma que la Nouvelle Droite nunca se involucró con el Frente Nacional, básicamente porque sus miembros malinterpretaban a Gramsci, cuya lucha cultural estaba orgánicamente conectada con la lucha política y económica del Partido Comunista Italiano.
La Nouvelle Droite, sin embargo, tomó la lucha como algo enteramente cultural e intelectual. Por lo tanto, no eran verdaderamente gramscianos. A decir verdad, eran seguidores de la teoría de Agustín Cochin sobre el rol de los salones intelectuales en la pavimentación del camino hacia la Revolución Francesa.[2] A diferencia de los hombres del Antiguo Régimen, nosotros no podemos permitirnos el lujo de ignorar la política electoral y de partidos.
La Nueva Derecha norteamericana busca cambiar el paisaje político. Para eso debemos influir en la gente que tiene poder, o que lo puede obtener. Eso significa que debemos relacionarnos con movimientos y partidos políticos organizados. No, al final, los Blancos no vamos a salir de este problema votando. Pero aún no estamos en la etapa final, y aún puede haber una posibilidad de influir en la política a través del sistema vigente. Además, los partidos no existen solamente para las elecciones. Éstos proveen un núcleo para el nuevo orden que proponen. Finalmente, hay otras formas de obtener poder además de las elecciones. Basta con ver el ejemplo de los bolcheviques.
Sabemos que el sistema actual es insostenible y, aunque no podemos predecir cuándo y cómo colapsará, sabemos que lo hará. Es mucho más probable que los Blancos podamos darle la vuelta al colapso en beneficio nuestro si ya tenemos en funcionamiento organizaciones políticas intentando convertirse en el núcleo de una nueva sociedad. Sin embargo, no llegaremos a tener tales organizaciones a menos que nos involucremos en las instituciones políticas existentes, por muy corruptas, escleróticas o aburridas que puedan ser.
2. Aun cuando la Nouvelle Droite no se involucró en la política organizada, estaba organizada siguiendo “una ‘lógica de aparato’ anticuada como la que se puede encontrar en partidos políticos, que no era apropiada para un movimiento y escuela de pensamiento (…) [y] que llevó a algunos cuadros a marcharse por ‘problemas con el aparato’” (p.27). Por “lógica de aparato”, Faye parece referirse a una organización jerárquica en que se promulga una “línea de pensamiento” intelectual y editorial.
Aunque Faye no lo dice, la incapacidad de la Nouvelle Droite para interactuar con el Frente Nacional podría basarse, en efecto, en el hecho de que ambos compartían la misma estructura y, de ese modo, se percibían mutuamente como rivales, promulgando “líneas de pensamiento” algo diferentes y compitiendo por el mismo público objetivo. Si esto es así, entonces, la Nueva Derecha norteamericana puede evitar este problema configurándose, no como un aparato jerárquico con una línea de pensamiento, sino como una red lateral que cultiva el diálogo sobre un campo común de cuestiones desde varios puntos de vista, que puede solaparse e interactuar con cualquier número de organizaciones jerárquicas sin competir con ellas.
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Notas
[1] Guillaume Faye, Archeofuturism: European Visions of the Post-Catastrophic Age, trad. Sergio Knipe (Londres: Arktos, 2010).
[2] Sobre Cochin, véase F. Roger Devlin, “From Salon to Guillotine: Augustin Cochin’s Organizing the Revolution”, The Occidental Quarterly, vol. 8, no. 2 (verano 2008), pp. 63-90.
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