Nueva Derecha vs. Vieja Derecha
Capítulo 3: Metapolítica y Guerra Oculta
Greg Johnson
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Capítulo 1 aquí, Capítulo 2 aquí, Capítulo 4 aquí
En 1897, Robert Lewis Dabney profetizaba el triunfo del sufragio femenino en base a la opinión que le suscitaba la historia y el carácter de la única fuerza que se le oponía, el conservadurismo norteño:
Éste es un partido que nunca conserva nada. Su historia ha sido la de poner reparos a las agresiones del partido progresista, y tiene como objetivo salvar su reputación mediante una considerable cantidad de gruñidos, pero al final siempre se somete a la innovación. Lo que ayer era una novedad que había que resistir es ahora uno de los principios aceptados del conservadurismo, que es ahora conservador sólo a efectos de resistir la próxima innovación, la cual mañana nos será impuesta y será luego sucedida por una tercera revolución; para ser denunciada y, a su vez, adoptada posteriormente. El conservadurismo estadounidense es simplemente la sombra que sigue al radicalismo mientras éste avanza hacia la perdición. Se mantiene detrás de él, pero nunca lo retrasa, y siempre camina a escasa distancia de su cabecilla.
La hegemonía política de la izquierda estuvo y está basada a grandes rasgos en la hegemonía intelectual de las ideas de izquierdas, principalmente libertad, igualdad y progreso. La falsa derecha de hoy comparte la cosmovisión básica de la izquierda, pero no la claridad de su visión, su singularidad de propósito e idealismo moral. Los derechistas son simplemente izquierdistas atrasados o poco entusiastas, que se quedan rezagados respecto a sus más brillantes compañeros de clase. Aun así, los superiores izquierdistas siempre los convencen. En cada batalla entre izquierdas y derechas, la izquierda puede contar con una quinta columna dentro de cada derechista, a saber, sus propias convicciones morales más profundas. Si uno comienza con premisas de izquierdas, tarde o temprano llegará a conclusiones de izquierdas, y las pondrá en práctica.
Pero la política no es simplemente un asunto de influencia y persuasión intelectual. No es sólo convencer, sino cambiar el mundo. Y eso requiere acción organizada, coordinada y con un propósito definido. Así pues, la política también va de vectores de control, cadenas de mando, líderes y seguidores.
Samuel Francis explicaba el giro de la política contemporánea hacia la izquierda en términos de liderazgo. En la izquierda, el liderazgo está siempre a la izquierda de su electorado, moviéndolo hacia posiciones cada vez más radicales. Por su parte, en la derecha, el liderazgo también está siempre a la izquierda de su electorado. Además, la política se mueve continuamente hacia la izquierda, porque la vanguardia radical de la izquierda extiende su influencia a todo el espectro político y lo arrastra tras de sí.
La derecha sigue a la izquierda, de la misma forma que el vagón de tren sigue a la locomotora. Los vagones de izquierdas van a la cabeza del tren, y los de derechas están atrás, por lo que llegan al mismo destino más tarde, pero de ningún modo tienen un curso diferente o una fuerza motriz independiente. Sólo hay un motor, y la gente a cargo del motor determina la dirección del tren. La gente encargada de los diversos vagones puede tener diferentes uniformes y darse un aire de autoridad. Pero sólo son revisores y marcadores de tickets, que van a bordo igual que nosotros.
¿Cómo llegó la izquierda a tener tal poder? Y, ¿puede ser obtenido por la derecha y usado al revés? Las respuestas se encuentran en la escuela tradicionalista de René Guénon y Julius Evola.
No hay duda de que la tecnología, la ciencia y la medicina están logrando resultados asombrosos. Pero, desde un punto de vista Nacionalista Blanco, todo está yendo de mal en peor política, cultural y racialmente. Ésta es la razón por la cual muchos Nacionalistas Blancos son atraídos por el tradicionalismo, que explica los eventos contemporáneos en términos del mito de la Historia cíclica ―empezando con una Edad de Oro, declinando luego hacia las edades de Plata, Bronce y Hierro (u Oscura), hasta que surja una nueva Era Dorada―.
Pero Guénon y Evola no consideraron el declive histórico como una fuerza incorpórea. Ellos creían que era producido por grupos de agentes históricos concretos y corpóreos. Aunque la acción humana juega un papel importante en la Historia, la mayoría de los seres humanos no son agentes históricos; son los objetos, no los sujetos de la Historia. La acción histórica es dominio de pequeñas élites, vanguardias que extienden líneas de influencia y control a lo largo de la esfera cultural, empujándola más profundamente hacia la decadencia. La gran mayoría de la humanidad está meramente a bordo.
Guénon y Evola hablan de estas élites históricas bajo el nombre de “guerra oculta”. Está “oculta” en el sentido de “escondida”. En palabras de Evola, “es una batalla librada de forma imperceptible por las fuerzas globales de la subversión, con medios y en circunstancias ignoradas por la actual historiografía”.[1] Evola también escribe que la dimensión oculta de la Historia “no debería ser diluida en la neblina de los conceptos filosóficos o sociológicos abstractos, sino que más bien deberían ser pensados como una dimensión ‘entre bambalinas’ donde actúan ciertas ‘inteligencias’ específicas” (Men Among the Ruins, p.236).
Evola efectivamente agrega, de modo inquietante, que estas fuerzas ocultas “no pueden ser reducidas a lo simplemente humano” (Men Among the Ruins, p. 235). Pero la guerra oculta no está necesariamente conectada con lo oculto en el sentido usual de la palabra, es decir, magia y misticismo, aunque los dos sentidos sí se superpongan en algunos grupos como los masones.
¿De qué manera produce cambios históricos y políticos la guerra oculta? Según Evola:
Las causas más profundas de la Historia (…) operan principalmente a través de lo que puede ser denominado como “factores imponderables”, para usar una imagen tomada de las ciencias naturales. Estas causas son responsables de los casi indetectables cambios ideológicos, sociales y políticos que, eventualmente, producen efectos extraordinarios: son como las primeras grietas en una capa de nieve que, eventualmente, provocará una avalancha. Estas causas casi nunca actúan de manera directa, sino que conceden a algunos procesos existentes una adecuada dirección que lleva a una meta asignada. (Men Among the Ruins, p. 237)
Tal como la describe Evola, la guerra oculta es esencialmente idéntica a la metapolítica.
La metapolítica va sobre las causas y condiciones subyacentes del cambio político. La metapolítica opera en dos niveles: el intelectual y el organizativo. Las ideas metapolíticas incluyen sistemas morales, religiones, identidades colectivas (tribales, étnicas, raciales) y presunciones sobre lo que es políticamente posible. Las organizaciones metapolíticas propagan ideas metapolíticas, ejerciendo de puente entre la teoría y la práctica. Ejemplos de movimientos metapolíticos incluyen la Nueva Derecha europea y la Nueva Derecha norteamericana.
Pequeños cambios metapolíticos pueden llevar a enormes transformaciones políticas con el tiempo. Por ejemplo, los valores articulados en el Sermón de la Montaña eventualmente conmovieron el andamiaje de todo el mundo antiguo. Pero, debido a que las causas metapolíticas están generalmente alejadas de los efectos políticos, y dado que las causas metapolíticas son a menudo ideas abstractas y esotéricas contempladas sólo por unos pocos, la metapolítica es invisible para la mayoría de la gente, que se centra sólo en lo concreto e inmediato. La metapolítica, por lo tanto, está “oculta” en el sentido literal de la palabra, es decir, “escondida”. Pero, a menudo, también pasa desapercibida y no necesita tomar medidas especiales para ocultarse al ojo público.
El concepto de guerra oculta es la contribución tradicionalista a lo que generalmente se ridiculiza como “teorías de la conspiración”, incluyendo tanto la historia como la especulación sobre “sociedades secretas”. Éste es realmente un terreno peligroso.
No pasa un día sin que mis colegas y yo conspiremos juntos en implementar el programa de la Nueva Derecha norteamericana. Y no pasa un día sin que nuestros enemigos conspiren para implementar su programa. Sin embargo, si nombras el tema de la conspiración, la mayoría de las personas están condicionadas para poner sus ojos en blanco. Hacen esto porque se les ha dicho que es lo que la gente inteligente hace. Muchos de ellos también tienen experiencia directa con chiflados febriles y agresivos que defienden teorías conspirativas ridículas. No hay duda de que la mayoría de las teorías de la conspiración son falsas y chifladas, muchas de ellas de forma visiblemente ridícula. Pero, ¿qué mejor manera de ocultar verdaderas conspiraciones de la indagación seria y sobria que promover falsas conspiraciones que manchen cualquier discusión sobre el tema con un aire de locura?
Evola, sin embargo, tiene “cuidado de evitar que percepciones válidas se transformen en fantasía y superstición”, incluyendo una tendencia paranoica “a ver un trasfondo oculto en todos lados y a cualquier precio” (Men Among the Ruins, p. 238). Él trata todas las presunciones sobre la guerra oculta como simples “hipótesis de trabajo”, formuladas para integrar y explicar información empírica. Afirma que, cuando un fenómeno no puede ser enteramente explicado por causas conocidas, se está legitimado para concluir que existen causas desconocidas y para especular sobre su naturaleza.
Me gustaría agregar que algunas de estas causas desconocidas pueden parecer simplemente factores fortuitos, debido a que no hay razón para asumir que todos los eventos históricos son el producto de intenciones conscientes (declaradas u ocultas). Hay accidentes en la Historia. Pero, cuando uno ve los asuntos humanos moverse consistentemente en una dirección, tiene derecho a deducir que no es de forma accidental y que hay una mano consciente detrás. Y si los diseños conscientes de los agentes históricos más visibles no resultaran suficientes para explicar las tendencias históricas, entonces tenemos derecho a plantearnos que haya diseños secretos y agentes ocultos moviendo los hilos.
Entre los testimonios que Evola considera están las declaraciones de Benjamin Disraeli: “El mundo está gobernado por gente completamente diferente a la imaginada por aquéllos que son incapaces de ver detrás del telón”, y:
El público no se da cuenta que en todos los conflictos entre países y conflictos dentro de los países hay, además de los responsables más obvios, agitadores ocultos que, con sus planes egoístas, hacen inevitables estos conflictos. (…) Todo lo que pasa en la confusa evolución de los pueblos se prepara en secreto para asegurar el dominio de cierta gente: son estas personas, conocidas y desconocidas, las que debemos encontrar detrás de cada evento público. (Men Among the Ruins, pp. 238-39)
Evola también habla de los Protocolos de los Sabios de Sión como evidencia de la guerra oculta. Evola reconoce que los Protocolos no son unos verdaderos protocolos, sino más bien una presentación literaria de un programa secreto para la dominación del mundo. Pero, desde su punto de vista, la veracidad de los Protocolos no puede ser probada o refutada investigando sus orígenes. Por el contrario, que son verdad es algo probado por corresponderse con los sucesos fácticos. Así pues: “El valor del documento como hipótesis de trabajo es innegable: presenta los diversos aspectos de la subversión global (entre ellos, algunos aspectos que estaban destinados a ser perfilados y llevados a cabo muchos años después de la publicación de los Protocolos) en forma de un todo en el que ellos encuentran suficiente razón y combinación lógica” (Men Among the Ruins, p. 240).
Guénon y Evola creen que la guerra oculta es llevada a cabo por sociedades secretas iniciáticas. Así como la Tradición es propagada a través de sociedades iniciáticas, la Contra-Tradición es propagada a través de sociedades contra-iniciáticas, que son imágenes profanas de genuinas órdenes iniciáticas que enseñan doctrinas invertidas que promueven la decadencia y el declive.
Las sociedades secretas iniciáticas son el vehículo ideal tanto para la Tradición como para la Contra-Tradición, por tres razones básicas.
Primero, tanto la Tradición como la subversión se basan en sistemas de principios eternos que deben propagarse en el tiempo a través de procesos de iniciación, es decir, la comunicación de doctrinas de maestro a alumno en un curso jerárquico de estudios, en el cual los grados de abajo sirven de base para otros superiores.
Esto, por supuesto, describe cualquier proceso educativo, incluso el más trivial. Pero sólo una organización cuyas enseñanzas evoquen la más extrema piedad, y cuyos procesos iniciáticos evoquen la más extrema solemnidad, puede esperar perdurar a lo largo de los tiempos. Así, los cimientos de su doctrina deben ser verdades eternas, siendo la persistencia en el tiempo la consecuencia de buscar verdades eternas y de vivir de acuerdo con ellas.
Segundo, tanto la Tradición como la subversión son asuntos no enteramente teóricos. Involucran también acción: acciones que abarcan todo el globo, sobreviven durante eras y determinan los destinos de los países, civilizaciones y razas; planes de acción que se desarrollan a lo largo de generaciones, siglos, inclusive milenios. Ninguna organización puede esperar motivar a generaciones para trabajar duro en la persecución de objetivos que no den frutos mientras estén vivos a menos que puedan movilizar las formas más elevadas de idealismo impersonal. Pero la forma más alta de idealismo es evocada sólo por el bien más elevado, que a su vez requiere un fundamento en verdades eternas.
Tercero, una organización que se perpetúa durante miles de años y actúa a escala global, para bien o para mal, está destinada a crearse enemigos. Así pues, para persistir, debe ser secreta. Su carácter secreto también sirve a otro propósito: permite a los iniciados penetrar e influenciar, para bien o para mal, otras organizaciones que se les opondrían si sus lealtades fueran conocidas. Y un tercer propósito de su secretismo es que permite a la organización sobrevivir los cambios de régimen, incluso la caída de civilizaciones enteras; pues una organización secreta puede penetrar todas las instituciones de una sociedad determinada, pero también debe ser independiente de todas ellas. Su sustancia debería estar dentro de sí misma, fundada en última instancia en su orientación hacia lo eterno, lo más sustancial de todo.
Arquímedes afirmaba que sólo necesitaba dos cosas para mover el mundo: una palanca y un lugar donde ponerse. El lugar donde ponerse no se puede mover, pero le permite a uno mover otras cosas. Para mover el mundo, uno debe tener un lugar donde colocarse fuera del mismo. Para mover toda la Historia, hay que colocarse en un lugar fuera de la Historia: una sociedad secreta no se mueve con la Historia, porque sus fundamentos están por encima de la Historia y por encima de la política, en una doctrina que no cambia pues está basada en lo eterno.
Si uno ha de mover la Historia, en lugar de ser movido por ella, uno debe ser un eje inamovible alrededor del cual giran todas las cosas. Debe ser como el dios de Aristóteles, el Primer Motor Inmóvil, quien no se mueve porque es completo y auto-contenido (sustancia en sí misma), pero pone al resto del mundo en movimiento, porque todas las cosas buscan imitar su fría auto-suficiencia. Hay que ser como el Emperador Sabio Taoísta, quien actúa sin actuar, simplemente al encarnar el incambiable principio del orden alrededor del cual todos los otros seres se organizan a sí mismos.
Se puede conjeturar sobre la presencia de un cuerpo iniciático tradicional trabajando donde sea que encuentre un orden social que persista durante un largo período de tiempo: el Antiguo Egipto, Mesopotamia, Persia, India, China, Japón, Roma, Bizancio, la Iglesia Católica y los Viejos Regímenes del continente europeo.
Se puede conjeturar sobre la presencia de un cuerpo iniciático contra-tradicional trabajando donde sea que persista una tendencia firme hacia el desorden. En el caso del surgimiento de la modernidad, muchos grupos e intereses diferentes se unieron para trabajar por el derribamiento del orden anterior: protestantes, neo-paganos, científicos naturales, filósofos racionalistas y empiristas, capitalistas y políticos liberales estuvieron entre los primeros de la primera oleada. Las oleadas sucesivas incluyeron Judíos, socialistas, anarquistas y comunistas. Pero, desde la Segunda Guerra Mundial, el elemento Judío de la subversión se ha vuelto hegemónico.
Si una sociedad secreta iniciática basada en lo eterno es donde uno está colocado, ¿qué es la palanca? ¿Cuáles son los medios por los cuales mueve la Historia? La respuesta corta es: por todos los medios necesarios. Si los fundamentos metafísicos y objetivos prácticos de una orden secreta son tan fijos e inmutables como el Ser mismo, los medios por los cuales busca influenciar y dirigir la Historia deberían ser tan variados y cambiantes como el flujo histórico. El dogmatismo absoluto sobre los fundamentos y objetivos puede unirse al pragmatismo absoluto sobre los medios. La verdad y el orden pueden emplear mentiras y caos. Puede buscarse el Bien por cualquier medio, incluyendo los malos, siempre y cuando sean realmente medios. Si el fin no justifica los medios, nada lo hace. Todas estas técnicas, sin embargo, se enmarcan en dos categorías básicas: la difusión de las ideas y la infiltración y subversión de las instituciones.
En Men Among the Ruins, Evola desarrolla algunas ideas de René Guénon sobre las herramientas de la guerra oculta (pp. 244-51).
Primero, la promulgación de prejuicios positivistas y materialistas sobre la causalidad histórica ciega a la persona inteligente ante la dimensión oculta de la Historia.
Segundo, para evitar que aquéllos que rechazan el materialismo encuentren la verdad, se promulgan falsas concepciones idealistas o espirituales de la Historia (verbigracia, Hegel, Bergson).
Tercero, cuando los efectos de la subversión comienzan a mostrarse en el plano material y a provocar una reacción en nombre de los ideales trazados del pasado tradicional, los agentes de la subversión promulgan versiones falseadas o distorsionadas de estas ideas, de modo que “la reacción es contenida, desviada o incluso dirigida en dirección contraria” (Men Among the Ruins, p. 245).
Cuarto, dado que “la base del orden a destruir consiste en el elemento supernatural ―es decir, en el espíritu―, concebido no como una abstracción filosófica o un elemento de fe, sino como realidad superior, como un punto de referencia para la integración de todo lo que es humano” (Men Among the Ruins, p. 245), todos los anhelos espirituales genuinos deben ser canalizados hacia formas invertidas de espiritualidad en aras de los objetivos de la Contra-Tradición.
Quinto, para debilitar, descarrilar y destruir cualquier oposición genuina que pueda quedar, el enemigo les incita a atacar a aquéllos que comparten los mismos principios y a adoptar los principios de sus enemigos. Un ejemplo de esta primera táctica es promover las luchas intestinas entre la resistencia: “así, intentan por todos los medios posibles causar que cualquier idea superior ceda ante la tiranía de los intereses individuales o las tendencias sedientas de poder, orgullosas y proselitistas” (Men Among the Ruins, p. 247). Un ejemplo de esta segunda táctica es incitar a la oposición a abrazar los principios del enemigo para así ganar momentáneas ventajas retóricas o políticas. Un buen ejemplo contemporáneo es la tendencia de los Nacionalistas Blancos a apelar a formas de universalismo moral, que debilitan todo nacionalismo, sólo por marcar unos puntos baratos contra el Sionismo.[2] Evola insiste en que “la lealtad incondicional a una idea” ―como opuesta al egotismo que conduce a las peleas internas o al pragmatismo que lleva a uno a adoptar las ideas del enemigo― “es la única protección posible contra la guerra oculta” (Men Among the Ruins, p. 247).
Sexto, si las fuerzas de la subversión están en peligro de ser desenmascaradas y castigadas, desviarán la ira pública hacia chivos expiatorios. Evola sugiere que en realidad los Protocolos podrían llegar a ser un intento de hacer de los masones y los Judíos los chivos expiatorios de una conspiración mucho más profunda (Men Among the Ruins, p. 248). Probablemente, Evola ni siquiera tendría en consideración tales pensamientos hoy en día, porque la naturaleza específicamente Judía de los poderes dominantes no era tan evidente en 1953, cuando Hombres entre las ruinas fue publicado por primera vez.
Séptimo, cuando la subversión progresa lo suficiente como para provocar una reacción, esta reacción puede ser desviada de la búsqueda de una nueva sociedad saludable basada en verdades eternas hacia el retorno a una forma de sociedad más antigua en la cual la enfermedad está simplemente menos avanzada. Hoy, en Estados Unidos, esto se manifiesta en una nostalgia reaccionaria por los ‘80 o los ’50, o por el siglo XIX, o por la Era Fundacional. Por supuesto, si pudiéramos regresar a los ‘50, nuestros descendientes tendrían los mismos problemas 60 años más tarde.
Octavo, todos los principios o instituciones pueden ser socavados si la gente los confunde con sus representantes. Todos los representantes son inevitablemente imperfectos, pero, cuando estas imperfecciones salen a la luz, los agentes de la subversión argumentan que es la institución o el principio lo que debe ser reemplazado, no sus falibles representantes.
Noveno, Evola afirma que una de las principales herramientas de la subversión es infiltrarse en las organizaciones tradicionales y reemplazar a sus líderes, para destruir la organización completamente o utilizarla para la consecución de los fines de la subversión. Evola afirma que la masonería fue originalmente un vehículo de la Tradición genuina, pero fue infiltrada y tomada por partisanos de la Contra-Tradición (Men Among the Ruins, pp. 250-51).
Si la corriente dominante de la decadencia es, de una u otra forma, efectivamente creada, mantenida y guiada por la guerra oculta, ¿es posible usar los mismos medios para revertir la decadencia? No y sí.
Los tradicionalistas no piensan que sea posible reemplazar la decadencia con el “progreso”, es decir, progreso hacia la realización de los ideales de la Edad Dorada, debido a que creen que la decadencia es la corriente dominante de este tiempo. Se desciende desde la Edad Dorada; no se progresa hacia ella. Pero, al final de la Edad Oscura, una nueva Edad Dorada amanecerá, así que, aunque uno no pueda progresar hacia una Edad Dorada, uno puede descender hacia ella; puede deslizarse hasta ella. Por lo tanto, desde esta perspectiva, un mayor declive puede ser visto como un tipo de progreso, puesto que las cosas no pueden mejorar hasta que el declive haya completado su curso.
Pero éste no es un argumento para el quietismo, para la inacción, para simplemente esperar por un destino histórico impersonal que haga el trabajo por nosotros. Pues, como hemos visto, el destino histórico no es impersonal. Trabaja a través de individuos y grupos concretos que tienen un lugar en el cual posicionarse y una palanca para mover el mundo humano. En La Crisis del Mundo Moderno,[3] Guénon escribe:
(…) las características distintivas de esta época son en verdad aquéllas que las doctrinas tradicionales de todos los tiempos han indicado para el período cíclico al que corresponde [en este caso, la Edad Oscura o Kali Yuga] (…) [L]o que es anomalía y desorden desde cierto punto de vista es, sin embargo, un elemento necesario de un orden más vasto y la consecuencia inevitable de las leyes que gobiernan el desarrollo de toda manifestación. Sin embargo, sea dicho de una vez, ésta no es razón para consentir la sumisión pasiva al desorden y a la oscuridad que parecen triunfar momentáneamente, pues, si así fuera, no tendríamos nada mejor que hacer que aguardar en silencio [cosa que Guénon no hizo]; al contrario, es una razón para esforzarse al máximo en preparar la salida de esta “Edad Oscura”, pues hay muchos signos de que su final se encuentra ya cerca, si es que no es inminente. (Crisis, p.9)
Guénon no sólo afirma que debemos resistir contra la Edad Oscura, sino que la resistencia ya existe. Y ofrece un argumento metafísico para esta afirmación:
Esta [resistencia] también es parte de un pautado orden de cosas, porque el equilibrio es el resultado de la acción simultánea de dos tendencias opuestas; si una dejara totalmente de actuar, nunca se restauraría el equilibrio, y el mundo en sí mismo desaparecería; pero esta suposición no tiene posibilidad de realización, porque los dos términos de una oposición no tienen sentido por separado y, a pesar de las apariencias, uno puede estar seguro de que todos los desequilibrios parciales y transitorios contribuyen al final a la realización del equilibrio total. (Crisis, p. 9)
El punto de Guénon es que todas las realidades están compuestas de fuerzas opuestas en equilibrio. Hoy, las corrientes de la Edad Oscura son dominantes. Pero eso no significa que las contra-corrientes de la Edad Dorada estén completamente ausentes, porque, si así fuera, el mundo colapsaría en un caos total, en vez de mostrar el mal y el orden invertido que existe hoy. (Si el caos reinara, sería de esperar que los buenos ganasen de vez en cuando.) Así, una contra-corriente de la Edad Dorada debe existir y ejercer una influencia compensatoria a la Edad Oscura, pero de una forma oculta y recesiva. Además, al igual que las fuerzas de la subversión, esta contra-corriente de la Edad Dorada no existe simplemente como una tendencia incorpórea. Es el trabajo de individuos y grupos concretos.
En el capítulo final de La Crisis del Mundo Moderno, Guénon aborda más a fondo esta contra-corriente. Afirma que, “el mundo moderno dejaría de existir inmediatamente si los hombres entendieran lo que realmente es, dado que su existencia, como la de la ignorancia y todo lo que implica limitación, es puramente negativa: existe sólo a través de la negación de la verdad tradicional y suprahumana” (Crisis, p. 157).
Tal verdad no puede ser entendida por la vasta mayoría, pero tampoco es necesario, dado que “bastaría que hubiera una élite numéricamente pequeña pero firmemente establecida para guiar a las masas, las cuales obedecerían sus sugerencias sin sospechar siquiera de su existencia ni tener idea alguna de sus medios de acción” (Crisis, p. 157). Claramente, esta élite debe operar, al menos en parte, a través del disimulo, como lo hacen los iniciados de la Contra-Tradición.
Guénon examina cómo dicho grupo tradicionalista podría trabajar para finalizar el Kali Yuga. Primero, enfatiza que no puede haber ninguna discontinuidad absoluta entre el Kali Yuga y la Edad Dorada venidera, en el sentido de que ambos existen dentro de un mismo nexo causal, por lo que las cosas que hacemos ahora afectarán a la Edad Dorada que está por llegar. Una élite tradicionalista con el conocimiento y el poder para finalizar el Kali Yuga, “podría así preparar el cambio que tendría lugar en las más favorables condiciones posibles, y los disturbios que deben inevitablemente acompañarla serían de esta forma reducidos al mínimo”. Pero, incluso si esto se probara imposible, la élite tradicionalista podría realizar “otra pero más importante tarea, aquélla de ayudar a preservar los elementos del mundo presente que deben sobrevivir para ser utilizados para construir el que le siga” (Crisis, p. 158).
De pasada, Guénon lanza una bomba en forma de pregunta: ¿es aún posible para tal élite establecerse efectivamente en Occidente?” (Crisis, p. 157), dando a entender que tal grupo no existe en Occidente. Continúa explicando que tales élites tradicionalistas existen aún en el Oriente, salvaguardando el “arca” de la Tradición (Crisis, p. 159). También especula sobre cómo una élite occidental podría ser reconstituida, ya sea encontrando y reviviendo un remanente vivo de Tradición en Occidente, lo que Guénon cree poco probable, o bien gracias a occidentales volviéndose iniciados de maestros orientales. El segundo camino fue, por ejemplo, el tomado por Savitri Devi, probablemente bajo la influencia de Guénon:
Yo abracé el hinduismo porque era la única religión en el mundo compatible con el Nacional Socialismo. Y el sueño de mi vida es integrar el hitlerismo en la tradición Aria antigua, para mostrar que es realmente un resurgimiento de la Tradición original. No es India, no es Europea, sino Indo-Europea. Viene de aquellos días en que los Arios eran un pueblo, cerca del Polo Norte. La Tradición Hiperbórea.[4]
No sé si alguna élite tradicionalista ha emergido en Occidente desde 1927, cuando Guénon publicó La Crisis del Mundo Moderno, pero, si Guénon está en lo cierto, podemos estar seguros de que los maestros orientales (un tipo de Liga de las Sombras, quizá) están llevando a cabo la guerra oculta en nuestro nombre; de otro modo, la Edad Oscura ―que no es caos, sino una especie de orden negativo― habría dado paso al caos total hace mucho tiempo.
No existe una “vasta conspiración derechista”, pero quizás debería. Estoy seguro de que algunos a estas alturas estarán pensando: “¡Empecemos nuestra propia sociedad secreta tradicionalista y hagámosle la guerra oculta al mundo moderno! Aquello que está cayendo también debería ser empujado.” Las sociedades secretas son básicas en la imaginación política angloamericana, así que no es sorprendente que la idea se repita regularmente entre los Nacionalistas Blancos.
Para citar dos ejemplos entre muchos: cuando me encontré con Wilmot Robertson el 3 de marzo de 2001, su único consejo para fomentar nuestra causa en Estados Unidos fue crear una especie de sociedad secreta. El 17 de mayo de 1955, en una carta privada, Anthony M. Ludovici también recomendaba la creación de tal sociedad, a pesar de sus malas experiencias con English Mistery y el English Array en la década de 1930.[5]
Yo pienso, sin embargo, que la creación de sociedades secretas es una distracción innecesaria para los Nacionalistas Blancos, por varias razones.
Primero, si Guénon está en lo cierto, tal orden secreto ya existe. Pero no tiene una dirección postal o una página de Facebook. No te puedes unir a ellos mandándoles un cheque. Ellos tienen que venir a ti. Así pues, lo único que puedes hacer es concentrarte en hacerte valioso para ser escogido por ese grupo elitista. De esta forma, aumentas tus apuestas. Si tal sociedad realmente existe, quizás seas invitado a unirte, y si Guénon y Evola sólo nos la estaban dando con queso, te has transformado en alguien digno de tal élite, y al final eso es lo que importa.
Segundo, he oído de muchas sociedades secretas, lo que significa que no se han mantenido secretas. Y una vez que la existencia de tal grupo es conocida, sólo puede empeorar uno de los principales problemas de la subcultura del Nacionalismo Blanco: la falta de confianza, incluyendo la más abierta paranoia.
Este clima es explotado y exacerbado por nuestros enemigos, pero ellos no son la única causa. Creo que los Nacionalistas Blancos tienen una fuerte predisposición innata a la paranoia. El etnocentrismo, como la mayoría de los atributos psicológicos, tiende a ser distribuido en forma de curva de campana. Es lógico pensar que los Nacionalistas Blancos deberían de tender a ser más etnocéntricos que la media, lo cual coincide con mi propia experiencia. Un alto etnocentrismo, sin embargo, parece estar correlacionado también con una mayor incapacidad de confiar en otros Blancos.
Hay una explicación simple para esto: entre los Blancos, el bajo etnocentrismo es la norma; por lo que, cuando un Blanco manifiesta un alto grado de etnocentrismo, es más probable que encuentre desaprobación por parte de otros Blancos, lo cual tiende a alienarlo de su gente. (Para los Judíos, el alto etnocentrismo es la norma. Por ello, cuando un Judío actúa etnocéntricamente, es más probable que otros Judíos lo aprueben, lo que refuerza tanto el etnocentrismo como el sentimiento de pertenencia a la comunidad Judía.)
Pero la capacidad de confiar en extraños ―que involucra estar dispuesto a correr un cierto nivel de riesgo― es uno de los requisitos para el surgimiento de instituciones sociales complejas a gran escala. De otro modo, sólo hay la posibilidad de cooperar con el pequeño número de personas que ya conoces. Debido a que los Blancos altamente etnocéntricos tienden a no confiar en sus hermanos raciales, esto los hace menos capaces para formar organizaciones y movimientos efectivos. El enemigo, aparentemente, comprende eso y, en consecuencia, hace todo lo posible por avivar la discordia y la paranoia. Hablar de sociedades secretas simplemente aumenta la sospecha y el resentimiento en una atmosfera ya envenenada.
(Personalmente, estoy predispuesto a bajos niveles de etnocentrismo y a altos niveles de confianza hacia extraños. He llegado a mis convicciones nacionalistas no por instinto, sino por mucha reflexión y experiencia, y aunque mi voluntad en confiar en extraños me ha permitido expandirme y crear organizaciones, reiteradamente he acabado harto de locos, bandidos y estafadores.)
Tercero, a pesar de las precauciones, las sociedades secretas pueden acabar siendo subvertidas. Todas las organizaciones jerárquicas son vulnerables a la subversión entre sus dirigentes, lo que permite a unos pocos conspiradores bien posicionados poner a un vasto número de personas de buena fe al servicio de objetivos malignos. Esto es particularmente cierto entre las sociedades secretas, dentro de las cuales los miembros de base en general no conocen siquiera la identidad de sus líderes, y mucho menos sus verdaderas lealtades y objetivos.
Es más, aunque las sociedades secretas puedan ser difíciles de subvertir, la misma reserva que las protege las hace objetivos de alto valor para la subversión. A veces, la mejor forma de mantener tus secretos a salvo es no dar grandes muestras de querer ocultarlos, no sea que atraigas miradas curiosas. Es por esto que las sociedades secretas niegan que sean secretas. (El mantra típico de los masones es afirmar que son simplemente “discretos”.) Por lo tanto, si quieres mantener en secreto tu identidad e involucramiento en el Nacionalismo Blanco, nunca te unas a una sociedad secreta. Porque, hay grandes probabilidades de que el enemigo ya esté metido en ella desde hace tiempo. Las “conspiraciones abiertas” no implican tales riesgos y no pueden subvertirse tan fácilmente.
Cuarto, aunque la gente puede lograr más cooperando que yendo por su propia cuenta, una mayoría de Nacionalistas Blancos, particularmente nuestros más originales pensadores y activistas más comprometidos, no son “hombres de organización” sino personas que han logrado más trabajando solos, o en redes informales no jerárquicas, que en organizaciones estructuradas. Tal gente tiende a chocar con el compadreo fraternal, camarillas, órdenes jerárquicos y saludos secretos que vienen aparejados con todos los grupos jerárquicos, incluso aquéllos que son devotos de los más exaltados objetivos. Las organizaciones, por su propia naturaleza, crean dramas interpersonales, cosa que los más individualistas desprecian. A veces, la forma más rápida de destruir la concordia entre un grupo de Nacionalistas Blancos es proponer ponerse de acuerdo en algo tan simple como un nombre.
Debido a que necesitamos movilizar todo el talento que podamos, debemos darle a las piezas de difícil encaje la libertad que necesitan para trabajar y crear. ¿Qué podría aportar una organización elitista si su estructura y ethos son incompatibles con la personalidad de muchos de los mejores elementos de nuestra causa? Necesitamos aceptar el hecho de que el movimiento Nacionalista Blanco de hoy quizás trabaje mejor siguiendo el modelo de una escuela Montessori, no el de una concentración de las Juventudes Hitlerianas.
Quinto, es posible aprender y aplicar los principios más esenciales y las técnicas de la guerra oculta sin duplicar su matriz organizativa. Se puede acceder a la sabiduría tradicional fuera del marco de una infraestructura organizativa iniciática. En efecto, la mayoría de las personas que se autodenominan tradicionalistas hoy en día no han pasado por ningún proceso de iniciación de una orden secreta. En su lugar, trabajamos mayoritariamente por cuenta propia, en solitario, leyendo el crecientemente abundante y fácilmente accesible corpus de la literatura tradicionalista (¡ésta no es secreta!). Luego tratamos de aplicar los conocimientos que adquirimos en nuestras vidas. Y, si realmente creemos que estas ideas pueden cambiar el mundo, entonces no deberíamos mantenerlas en secreto, sino reproducirlas lo máximo posible para motivar a otros de nuestra cuerda para que las adopten también.
La Nueva Derecha norteamericana adopta tres principios básicos de la guerra oculta. Primero ponemos nuestros fundamentos en lo eterno, debido a que sólo tales fundamentos pueden evocar el más alto idealismo impersonal y la mayor seriedad, y mantenerlos a lo largo de varias generaciones de lucha. Segundo, nuestros fundamentos y objetivos ―una o varias repúblicas Blancas en Norteamérica― son fijas e innegociables, y buscan proveer un lugar firme en el cual podamos posicionarnos mientras reordenamos el resto del mundo para que se adapte a nosotros. Tercero, la palanca por la cual moveremos el mundo es la búsqueda de la hegemonía intelectual y cultural.
Desde el centro fijo de nuestra doctrina y nuestros objetivos, extendemos líneas de influencia en todas las direcciones, deconstruyendo las ideas hegemónicas anti-Blancas y construyendo nuestra propia contra-hegemonía en forma de enfoques pro-Blancos hechos a medida de todas las etnias y grupos de interés Blancos, que serán propagados por todos los medios posibles. Nuestro objetivo es una sociedad pluralista en la cual todos los matices de opinión, ámbitos de cultura y opciones políticas son compatibles con el florecimiento y la supervivencia de los Blancos (una sociedad en la cual la degradación Blanca, la desposesión y la extinción no estarán incluidas en la carta).
Los Protocolos son una presentación literaria de la inteligencia orientadora de una raza alógena, una raza que se cree destinada a la dominación mundial, que la busca a través de la guerra oculta contra el hombre Europeo y todos los demás pueblos del mundo. Ellos se prometieron a sí mismos el mundo, y lo están cumpliendo. Es malévolo, por supuesto, pero hasta un destino malvado moviliza y fortalece a un pueblo. Para sobrevivir, hace falta buscar algo más que la simple supervivencia. Para asegurar el propio futuro, hace falta visualizar cómo sería. En igualdad de circunstancias, la gente que carece de sentido de destino tiende a convertirse en juguete de la gente que si lo tiene.
Los Blancos necesitamos desesperadamente recuperar nuestro sentido de un exaltado destino cósmico. Somos el pueblo que se preocupa por el bienestar del mundo, la preservación de lo que es verdadero, bello y bueno. Debemos asegurar la diversidad biológica y cultural. Debemos trazar los fundamentos para la expansión cósmica y evolución ascendente de nuestra raza. Y, dado que, hasta donde sabemos, la humanidad es la única vida inteligente en el universo, nuestra evolución puede ser vista como la evolución misma del cosmos.
También debemos desarrollar la inteligencia orientadora necesaria para llevar a cabo este destino. Vale la pena tantear si tal inteligencia necesita ser encarnada por una orden oculta jerárquica, o si puede asociarse en una red metapolítica elástica y descentralizada.
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Notas
[1] Julius Evola, Men Among the Ruins: Post-War Reflections of a Radical Traditionalist, trad. Guido Stucco, ed. Michael Moynihan (Rochester, Vt.: Inner Traditions, 2002), p. 235.
[2] Ver el capítulo 13.
[3] René Guénon, The Crisis of the Modern World, trad. Arthur Osborne (Ghent, N.Y.: Sophia Perennis et Universalis, 1996).
[4] Savitri Devi, And Time Rolls On: The Savitri Devi Interviews, ed. R. G. Fowler (Atlanta: Black Sun Publications, 2006), p. 117.
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