Traducido por Francisco Albanese
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El suicidio de Dominique Venner el 21 de Mayo: Marine Le Pen se inclinó ante este gesto para despertar la conciencia, lo que puede parecer sorprendente, pero el honor es suyo. Una representante del grupo de payasas feministas Femen, trató de manchar su recuerdo al día siguiente, parodiando —en topless— su suicidio en el coro de Notre Dame. En su pecho magro estaba pintado: “Que el Fascismo descanse en el Infierno”. Es la segunda vez que esas groupies desnudas entran en la catedral con impunidad, aun cuando hay guardias de seguridad apostados en la entrada. Periodistas de AFP fueron advertidos por adelantado para cubrir este “suceso” y, por tanto, son probablemente cómplices.
Los medios y políticos izquierdistas (especialmente el patético Harlem Désir), acusaron juntos a Venner, post mortem, de incitación a la violencia, de provocación. Vociferando y maldiciendo. Claramente, el gesto romano de Venner, tan trágico como la historia misma, asustó a esta gente que pasa toda su vida arrastrándose.
Venner ha ofrecido su muerte como un ejemplo, no de la desesperanza sino de la esperanza: el sacrificio simbólico exhorta a nuestra juventud, frente al continuo hundimiento de la civilización Europea en su linaje sanguíneo y sus valores, a resistir y luchar hasta el precio de la muerte, el cual es el precio de la guerra. Una guerra ha comenzado. Venner quiso que entendiéramos que la victoria puede ser alcanzada en la historia de los pueblos si los luchadores están dispuestos a morir por su causa. Es por las futuras generaciones de Europeos resistentes y luchadores que Dominique Venner dio su vida. Según las palabras de su amigo Jean Mabire, él fue un “despertador del pueblo”.
* * *
Y él se quitó la vida, aunque no era cristiano en el sentido ordinario, en el altar central de Nuestra Señora de París, es decir, en el corazón de uno de los lugares sagrados más concurridos e históricos de toda Europa. (Europa: la verdadera patria de Venner, la auténtica, no la melcocha falsa de la actual Unión Europea). Notre Dame, un lugar de memorias mucho más ricas que, por ejemplo, la Tumba del Soldado Desconocido bajo el Arco del Triunfo. Él quiso darle a su sacrificio un significado especial, como en las antiguas tradiciones romanas en las cuales la vida de un hombre, hasta el final, estaba dedicada al país que amaba y debía servir. Como Catón, Venner nunca tranzó sus principios, ni en materias de estilo necesario — de comportamiento, la escritura y las ideas — que no guardan relación con posturas, miradas y pedantería. Su sobriedad fue, en esencia, el poder de su lección. Un maestro distante, que no estaba relacionado con la tradición estoica, un rebelde con corazón y coraje y no vanidad o farsa, un hombre completo de acción y reflexión, nunca se desvió de su senda. Un día me dijo que nunca deberías perder tu tiempo criticando a los traidores, cobardes, ni los que están donde caliente el sol; ni, por supuesto, perdonarlos; sólo ignóralos y sigue adelante. El silencio del desprecio.
* * *
Éste es el Dominique Venner que, en 1970, me trajo a la Resistencia, la cual nunca he negado o abandonado desde ese momento. Él fue mi sargento recluta. Su muerte voluntaria —que más que la de Montherlant, es un eco de la Mishima— es un acto fundacional. Y me llenó de una tristeza jubilosa, como el destello de un relámpazo. Un guerrero no muere en una cama. La muerte por sacrificio de este hombre de honor demanda que honremos su memoria y su trabajo, no para llorar sino para luchar.
¿Pero luchar por qué?
No sólo por resistencia, sino por reconquista. La contra-ofensiva, en otras palabas. Después de uno de mis ensayos en el cual desarrollé esta idea, Venner me envió una carta de aprobación con su elegante escritura. Su sacrificio no será en vano o ridículo. La muerte voluntaria de Dominique Venner es un llamado a la victoria.
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