Nueva Derecha vs. Vieja Derecha, Capítulo 17: Notas Sobre el Populismo, el Elitismo y la Democracia

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Demosthenes

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¿Es la democracia un buen sistema desde una perspectiva Blanca racialmente consciente?

1. Cuando tanto los Estados Unidos como Corea del Norte se definen a sí mismos como democracias, es seguro concluir que “democracia” significa casi todo y prácticamente nada. Para mi tesis, definiré democracia como la idea de que el poder de tomar decisiones políticas debería residir en los “muchos”.

Por los “muchos”, me refiero a más que una minoría, pero menos que la totalidad. Una sociedad puede ser gobernada por un hombre, por unos pocos hombres o por muchos hombres. Pero no puede ser gobernada por todos los hombres, ya que toda sociedad tiene algunas personas a las cuales no se les puede permitir ejercer el poder político, como, por ejemplo, los menores, los dementes, los criminales, etc.

2. La mayoría de los Nacionalistas Blancos tienden fuertemente hacia el elitismo, a pesar de que las opiniones de la mayoría sobre cuestiones como el nacionalismo económico y la inmigración no-Blanca son mucho más sensatas que las de las élites gobernantes que están imponiendo al pueblo la globalización y el reemplazo racial. Si las sociedades Blancas fueran verdaderamente democráticas en estos asuntos, estaríamos mucho mejor. Pero, aunque las llamadas democracias de hoy podrían mejorar si fueran más democráticas, eso difícilmente es un argumento a favor de la democracia como tal.

3. Me gustaría argumentar que la democracia, definida como poner la soberanía política en manos de los muchos, no es un buen sistema para los Blancos racialmente conscientes; ni para nadie, en realidad. Para exponer mis argumentos, sin embargo, debo, simple y llanamente, distinguir la democracia de un par de ideas buenas que son tan parecidas a la democracia que a menudo se las confunde con ella.

4. La primera buena idea que se confunde con democracia es lo que denominaré “populismo”, o principio de soberanía popular, o principio del bien común. Defino este principio como la idea de que el gobierno sólo es legítimo si sirve al bien común de un pueblo.

En su Política [9], Aristóteles convierte este principio en ley suprema y en criterio para distinguir entre buenas y malas formas de gobierno. Cuando un solo hombre gobierna para el bien común, tenemos monarquía. Cuando gobierna en su propio beneficio, tenemos tiranía. Cuando los pocos gobiernan para el bien común, tenemos aristocracia. Cuando los pocos gobiernan en su beneficio personal y de facción, tenemos oligarquía. Cuando los muchos gobiernan para el bien común, tenemos lo que Aristóteles llama “politeía”. Cuando los muchos gobiernan en su beneficio personal y de facción, tenemos democracia.

Sí, para Aristóteles, la democracia es por definición una mala forma de gobierno. Pero cree que esa “politeía” ―gobierno popular para el bien común― es al menos concebible.

La idea de que el bien común es el fin apropiado de la política es a menudo confundida con la democracia, pero no son lo mismo. El bien común puede ser cumplido por un hombre, por los pocos, por los muchos. Es más, es una cuestión abierta qué grupo ―uno, pocos, muchos― es más capaz de asegurar el bien común de todos.

Los Nacionalistas Blancos somos, por supuesto, populistas raciales. Creemos que el único régimen legítimo es el que asegura la existencia de nuestro pueblo y un futuro para los niños Blancos.

5. La segunda buena idea que a menudo se confunde con la democracia es un llamado régimen “mixto” que tiene algún elemento democrático. Por ejemplo, Estados Unidos tiene una constitución mixta con elementos de monarquía (el presidente), aristocracia (la Corte Suprema y el Senado antes de ser popularmente elegido) y democracia (la Cámara de Representantes). La propia democracia representativa es un sistema híbrido, ya que los muchos eligen a un hombre o a unos pocos para representar sus intereses. Prácticamente todas las sociedades Europeas de hoy tienen constituciones mixtas con elementos monárquicos, aristocráticos y democráticos, al igual que la antigua Roma y Esparta (la cual no era técnicamente monárquica, ya que tenía dos reyes al mismo tiempo).

En su Política, Aristóteles sostiene que es más probable que un régimen mixto asegure el bien común que uno no mixto. En un régimen no mixto, el uno, los pocos o los muchos son susceptibles de perseguir sus intereses facciosos a costa del bien común, simplemente porque los demás elementos de la sociedad no tienen fuerza para oponérseles. En un régimen mixto, los tres grupos están lo suficientemente capacitados para resistir los intentos de los otros por primar sus intereses a expensas del bien común. Sí, Aristóteles fue el primer teórico de los “controles y equilibrios”.

En un régimen no mixto, tenemos que depender de la virtud de los gobernantes, dado que su egoísmo puede llevar a la sociedad a la ruina. En un régimen mixto, no tenemos que depender enteramente de la virtud de los gobernantes, ya que el uno, los pocos y los muchos participan todos en el gobierno, e incluso cuando su virtud falla, seguirán oponiéndose al egoísmo de las otras facciones por motivos de egoísmo propio.

De este modo, Aristóteles se anticipó mucho a la crítica de Maquiavelo a la teoría política antigua, a saber, que dependía demasiado de la virtud humana. Sin embargo, Aristóteles rechazaría la idea de los teóricos políticos modernos de que una buena sociedad puede surgir de motivos viles. Una buena sociedad sólo puede ser producto de estadistas virtuosos, aunque concedería que los motivos bajos pueden ser aprovechados para preservar los productos de la virtud, incluso cuando la virtud ocasionalmente se tambalea.

6. ¿Por qué la democracia pura y simple es un mal sistema? Simplemente, porque los hombres son desiguales.

Para comprender y buscar el bien común, los estadistas necesitan ciertas virtudes morales e intelectuales: sabiduría, inteligencia, coraje, justicia, autocontrol, etc. Pero estas virtudes no están distribuidas equitativamente entre la población. En consecuencia, es muy poco probable que la mayoría, al deliberar en conjunto, pueda dar con políticas que conduzcan al bien común (o incluso a sus propios intereses de facción, para el caso).

Tampoco es probable que las mayorías, trabajando conjuntamente, sean capaces de promulgar y sostener tales políticas a largo plazo.

Es más, ni siquiera se puede confiar en los muchos a la hora de elegir individuos superiores para representar sus intereses, ya que tienden a caer en las dádivas y los halagos de demagogos hábiles y sin escrúpulos.

7. Si la mayoría no tiene las virtudes necesarias para servir al bien común, entonces lo único que queda es determinar si la forma más adecuada para servir al bien común es el gobierno de un hombre (monarquía) o el de unos pocos hombres (aristocracia).

Si la virtud es el único criterio para gobernar, entonces la monarquía es el mejor sistema sólo en circunstancias extraordinarias y poco probables. Puesto que un monarca tendría que ser superlativo en toda una serie de virtudes que rara vez se combinan en un solo individuo, y aún más raramente se combinan en un grado superlativo.

Las aristocracias pueden recurrir a una amplia gama de hombres de consumada virtud: los eruditos más sabios, los oradores más conmovedores, los estrategas más astutos, los guerreros más valientes. Sólo un dios podría poseer todas estas virtudes al mismo tiempo. Si se encontrara un dios-rey así, sería el mejor de todos los sistemas de gobierno. Ya que él combinaría todas las virtudes necesarias para tomar las decisiones más sabias con el efectivo poder de decisión.

Pero es una locura depositar todas las esperanzas en un milagro. Así pues, la aristocracia es un sistema mejor que la monarquía, porque sólo los regímenes reales pueden servir al bien común.

Es más, todas las monarquías que pueden existir son en realidad aristocracias en la práctica, pues para que un rey gobierne bien, debe necesariamente elegir consejeros, delegar poderes y crear así “pares”.

8. Sin embargo, la aristocracia también tiene sus límites. El principal problema de la aristocracia es que siempre que el poder es ejercido por grupos, éstos deben deliberar, y sus deliberaciones deben ser capaces de producir decisiones. Idealmente, estas decisiones deberían ser las más sabias posibles. Pero, a veces, cualquier decisión, incluso una imprudente, es preferible a no tomar ninguna.

Hay muchos procedimientos para poner fin a una deliberación y forzar una decisión. Se puede poner un límite de tiempo a la discusión. Se pueden someter asuntos a votación. Se puede incluso echarlo a suertes lanzando una moneda. Pero, en tales casos, los seres humanos están básicamente abdicando de su responsabilidad en favor de un sistema impersonal.

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No obstante, si se necesita algo más que una decisión, si se necesita una responsabilidad por las decisiones y si se necesita un ejecutor de las decisiones, entonces se necesita una persona que pueda decidir. Esto es especialmente cierto en situaciones de emergencia, como una guerra o una época de crisis constitucional, cuando las leyes e instituciones existentes resultan inadecuadas.

Al fin y al cabo, no se puede estar gobernado únicamente mediante leyes e instituciones. Los legisladores no pueden prever cada posibilidad futura. Por lo tanto, siempre habrá circunstancias en las que los individuos tengan que tomar decisiones ante circunstancias novedosas.

E, incluso si los legisladores pudieran prever todas las circunstancias posibles, seguiríamos necesitando individuos para aplicar las leyes. Y la aplicación de la ley no puede regirse simplemente por un conjunto superior de leyes, puesto que ¿cómo aplicarlas? No se puede apelar a un tercer conjunto de leyes, puesto que esas leyes también necesitan ser aplicadas. En pocas palabras, la idea de reglas generales que rijan la aplicación de reglas generales conduce a una regresión infinita.

La única salida de esa regresión es reconocer otro tipo de inteligencia, que pueda juzgar la aplicación de reglas generales a circunstancias particulares. Es la facultad del juicio. Pero si el juicio no puede ser reducido a reglas generales abstractas y encarnarse en libros de derecho, debe encarnarse en un individuo concreto, el juez, que tiene el intelecto para comprender las reglas generales, visión para aprehender y tacto para apreciar las circunstancias concretas, así como la percepción para aplicar las primeras a las últimas.

La capacidad de juicio es necesaria en todos los niveles de un sistema, desde los tribunales de tráfico hasta los asuntos de vida o muerte de un país entero. Así, incluso la aristocracia más exaltada y refinada tiene necesidad de un monarca: alguien que tenga la responsabilidad y el poder de ejercer el juicio en situaciones excepcionales relacionadas con el destino del país en su totalidad.

La aristocracia, por necesidad, se ve abocada a abrazar la monarquía, así como la monarquía se ve abocada, por necesidad, a abrazar la aristocracia. La aristocracia es el mejor principio en circunstancias normales; la monarquía, en las situaciones de emergencia. En circunstancias normales, el monarca debe ocupar su trono y presidir las deliberaciones, pero dando la máxima latitud al orden aristocrático para garantizar las decisiones más inteligentes posibles. En situaciones de emergencia, la aristocracia debe dar el máximo apoyo al monarca para ayudarle a él, y a ellos, y al cuerpo político, a capear el temporal.

9. Pero, aunque es mucho más probable que los pocos sean capaces de discernir y ejecutar políticas favorables al bien común, una vez que tienen el poder, ¿cómo podemos estar seguros de que realmente lo harán?

Para responder a esto, debemos enfrentarnos a un hecho difícil: nunca existirá una sociedad Nacionalista Blanca a menos que podamos reunir una élite de individuos extraordinarios que la creen y la doten de instituciones sólidas. Dado que dicha sociedad sólo puede ser creada por una élite, debe, necesariamente, ser dirigida por ella. Entonces, una vez más, ¿cómo podemos asegurarnos de que tal élite, una vez instalada, busque realmente el bien común?

La respuesta es doble. Primero, hay que estructurar la élite de modo que pueda perpetuarse y mejorarse a sí misma. Segundo, hay que estructurar el sistema en conjunto para que los muchos tengan el poder de mantener a la élite sirviendo al bien común y no a sus propios intereses de facción.

10. Aunque el Nacionalismo Blanco tiene una fuerte tendencia al hereditarismo, la aristocracia y la monarquía hereditarias no son los mejores sistemas, porque existe un fuerte factor aleatorio en la herencia que hace posible que padres superiores tengan hijos inferiores y padres inferiores tengan hijos superiores.

Por tanto, si queremos ser gobernados por los mejores, necesitamos formas de a) reclutar y promover a los mejores hijos de las masas a posiciones de élite, y b) identificar y degradar a los hijos inferiores de las élites a puestos que les sean más adecuados.

De forma bastante natural, los padres de la élite naturalmente aman a sus hijos más que al bien común. Dan a sus hijos todas las ventajas de su posición. Por ello, una sociedad bien gobernada necesita tomar medidas activas para anular esas ventajas y cultivar y promover genios procedentes de circunstancias más humildes.

Una de las mejores formas de hacerlo es mediante un sistema educativo riguroso y enteramente público, en contraposición al actual sistema mixto público-privado que está diseñado para perpetuar a las actuales élites corruptas mientras asfixian o cooptan a sus rivales potenciales de entornos más humildes.

El mejor modelo institucional para una sociedad Nacionalista Blanca es la Iglesia católica, que está gobernada por una aristocracia no-hereditaria que recluta y promociona entre sus propias filas y que elige a un monarca de entre la aristocracia.

Otro modelo útil es el sistema veneciano. Aunque Venecia estaba gobernada por una élite comercial, mantenía una forma aristocrática más que una forma oligárquica de gobierno, ascendiendo o descendiendo en el estrato gobernante en base al mérito. Venecia también tenía una forma electiva de monarquía, como el Papado, y otras ciudades-Estado italianas, como Génova.

Por supuesto, una sociedad Nacionalista Blanca no estaría fundada por una aristocracia comercial o sacerdotal.

Para la Vieja Derecha, una sociedad Nacionalista Blanca estaría fundada por una aristocracia política/marcial, que se asemejaría mucho más a las órdenes de caballeros de la Edad Media, o a otra orden militante, los jesuitas, ambas modelos para las SS de Himmler.

La Nueva Derecha pretende crear una sociedad Nacionalista Blanca destronando la actual hegemonía de ideas anti-Blancas e instituyendo una contra-hegemonía de ideas pro-Blancas, difundiendo esta nueva hegemonía mediante el sistema educativo y la cultura y colonizando todo el espectro político con un abanico de opciones pro-Blancas.

El vehículo para crear y perpetuar la hegemonía Blanca es una aristocracia intelectual y espiritual, organizada como una red no jerárquica que puede penetrar, subvertir y controlar todas las instituciones existentes que conforman la conciencia y la cultura.

Tal aristocracia intelectual y espiritual no necesita preocuparse por ejercer el poder, siempre y cuando moldee suficientemente la conciencia de los que lo hacen, que es lo mismo que decir que la Nueva Derecha es un movimiento metapolítico más que político. La política es guiada desde lejos por la metapolítica.

Pero una sociedad suficientemente impregnada por la metapolítica de la Nueva Derecha tomaría la forma de un régimen mixto con liderazgo aristocrático/monárquico. Por supuesto, la mayoría de las sociedades Blancas ya tienen esencialmente ese sistema, aunque en formas más o menos degeneradas. Así pues, la metapolítica de la Nueva Derecha pretende verter un espíritu nuevo, racialmente consciente, en las instituciones existentes.

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11. Recordemos que las dos buenas ideas que son a menudo llamadas democracia son a) el principio populista de que un sistema es justo sólo si sirve al bien común, y b) el régimen mixto con elementos monárquicos, aristocráticos y populares.

Con eso en mente, podemos plantear la siguiente pregunta. ¿Necesitan la monarquía y la aristocracia tener un elemento popular? La respuesta es: sí. Para que la monarquía y la aristocracia sirvan al bien común, es necesario que el pueblo tenga poder para limitarlas.

Pero ¿qué forma puede tomar este elemento popular, dado el evidente fracaso de la democracia representativa?

Primero, la democracia representativa puede ser mejorada incrementando la calidad y disminuyendo la cantidad del electorado. Se podría limitar el voto a los cabezas de familia, a los propietarios o a los trabajadores remunerados. Se podría elevar la edad mínima para votar. Se podrían establecer requisitos educativos y de servicio público. Se podría dar votos extra a los muy inteligentes. En pocas palabras, es más probable que una democracia elija a una aristocracia si se utiliza el principio aristocrático para determinar el electorado.

Segundo, dado que la democracia funciona mejor en comunidades pequeñas y homogéneas, se debería adoptar el principio de “subsidiariedad”, lo que significa que cualquier asunto debería ser tratado por la autoridad más pequeña, menos centralizada y más cercana a las bases, siempre que sea capaz de lidiar eficazmente con el problema. La subsidiariedad permitiría una democracia deliberativa, “directa”, y también mejoraría la democracia representativa, ya que cuanto más pequeña sea la comunidad, más responsables serán los representantes electos.

Tercero, aunque los muchos están menos calificados que los pocos para formular y ejecutar políticas nacionales, el pueblo es muy consciente de las políticas dañinas, como el libre comercio y la inmigración de sustitución racial.

Por ello, el pueblo o sus representantes deben tener el poder de vetar la legislación contraria al bien común. El pueblo también debería tener el poder de destituir a los funcionarios públicos, incluidos los jueces, que sean contrarios al bien común.

Para evitar que el pueblo y los demagogos abusen de estos procesos, éstos deberían, por supuesto, estar limitados a circunstancias extraordinarias. Podrían llevarse a cabo, por ejemplo, convocando elecciones especiales, referendos o plebiscitos.

Cuarto, el pueblo también debería poder proponer e imponer su propia legislación por medio de elecciones especiales e iniciativas de consulta. Nuevamente, para prevenir abusos, éstos tendrían que limitarse a circunstancias extraordinarias.

Quinto, para mantener la honradez de las élites, los antiguos griegos otorgaron al pueblo el poder de auditar las cuentas públicas.

Con un poco de imaginación, se podría ampliar aún más esta lista. Ninguna de estas medidas obstaculizaría a los servidores honestos del bien común. Pero proporcionarían poderosos elementos disuasorios contra la corrupción.

12. Los poderes fácticos han invertido mucho en promover el valor de la diversidad, incluso mientras aplican políticas que sistemáticamente la destruyen. Esto ha jugado a favor de la Nueva Derecha, ya que somos los verdaderos defensores de la diversidad biológica y cultural humana.

Del mismo modo, la clase dirigente ha invertido mucho en hacer de la democracia un ídolo, incluso cuando ignoran la voluntad del pueblo y pisotean el bien común.

Esto también puede redundar en beneficio de la Nueva Derecha, porque, aunque seamos francos elitistas sin complejos, podemos sostener con toda honestidad que representamos la “verdadera democracia”, o lo que es verdadero en la democracia, a saber, el principio del bien común y la idea de que, en nombre del bien común, el pueblo debe tener el poder de resistir la corrupción de las élites.