Nueva Derecha vs. Vieja Derecha, Capítulo 14: Religión Civil Racial

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A efectos prácticos, definiré religión como la práctica comunitaria de honrar lo sagrado. Por lo sagrado no me refiero necesariamente a un Dios o dioses o seres sobrenaturales, ya sean inmanentes o trascendentes. A lo que me refiero es al bien supremo en cualquier sistema de creencias, aquél al que todos los valores inferiores deben ser supeditados y, en caso de conflicto, sacrificados.

Uno puede honrar debidamente el valor supremo, o puede ignorarlo, denigrarlo y profanarlo. La religión lo honra. Pero no basta con honrar el bien supremo en el pensamiento. Hay que hacerlo en la acción. Pero ni siquiera eso es religión. Honrar activamente el bien supremo de manera individual es llevar una vida recta. Honrar el bien supremo de manera colectiva, en comunidad con otros, eso es religión. Los honores colectivos al bien supremo son rituales.

La religión, desde esta perspectiva, es inherentemente comunitaria e inherentemente ritualista. Pero no es inherentemente teísta o sobrenatural. Una comunidad podría considerarse a sí misma —sus orígenes, su existencia y su destino— como el bien supremo y hacer de sí misma el objeto de una religión civil, de rituales comunales de auto-reconocimiento y auto-perpetuación: rindiendo homenaje a héroes y antepasados, santificando el matrimonio y la vida familiar, sacralizando la educación y la mayoría de edad, conmemorando solemnemente grandes acontecimientos históricos, demonizando a los enemigos, maldiciendo a los traidores, etcétera.

Creo que hay un bien supremo para cualquier comunidad que persiste en el tiempo. Pues la religión —una jerarquía común de valores, junto con un medio para honrarlos y perpetuarlos colectivamente— es el principal preservador de la unidad. Una comunidad con múltiples bienes supremos y religiones puede aparecer en un fotograma histórico congelado, pero yo diría que, si se deja correr la película, se verá que esa sociedad está en realidad en proceso de descomposición. Hay muchos valores y fuerzas que desintegran las sociedades. Una sociedad perecerá, por lo tanto, si no se valora su unidad continuada y si ese valor no se convierte en una fuerza de cohesión real al honrarlo colectivamente a través de una religión civil. La simple fuerza legal externa no es suficiente si sus metas no son vistas como legítimas en la mente de las personas.

Lo que hace que una comunidad sea tal no necesariamente tiene que ver con la religión. Una comunidad puede surgir simplemente por aislamiento geográfico y por compartir sangre, idioma y costumbres. Pero lo que mantiene a una comunidad como tal en el tiempo tiene mucho que ver con la religión. Existen, por supuesto, inclinaciones naturales profundamente arraigadas a amar a los propios y a desconfiar de los extraños. Pero esto por sí solo no es suficiente para preservar las distintas comunidades.

Las comunidades pueden perecer separándose o fusionándose con otras. A veces, comunidades con valores comunes se dividen porque entran en disputas a causa de la escasez. Otras veces, comunidades y razas radicalmente distintas se fusionan y se mezclan entre sí debido a la codicia y la lujuria. Para que las comunidades se mantengan unidas, tienen que hacer de la unidad un valor superior a las lealtades de facción o de familia y a la codicia, la lujuria y la ambición individual. Fijar esas prioridades es un asunto de religión.

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Por supuesto, la unidad de una comunidad aún podría verse amenazada si hubiese valores superiores por encima de ella, como la fraternidad universal, o la acumulación capitalista de riqueza o la redistribución comunista de riqueza. Así pues, la mejor manera de preservar una comunidad es hacer de ella el valor más preciado, es decir, erigiendo una religión civil.

Si una religión común preserva la unidad de una sociedad, ¿de dónde proviene el pluralismo religioso de las sociedades occidentales modernas? Hay esencialmente dos explicaciones. En primer lugar, el pluralismo podría ser ilusorio. En segundo lugar, la unidad podría ser ilusoria o transitoria. Ambos se dan en Occidente.

El pluralismo religioso occidental es en parte ilusorio. Es un error identificar la pluralidad de sectas cristianas con un pluralismo religioso de verdad, puesto que desde el siglo XVII el cristianismo ya no es la religión dominante de Occidente. En 1648, la Paz de Westfalia puso fin a la Guerra de los Treinta Años entre protestantes y católicos. En 1660, la Restauración puso fin al dominio puritano en Inglaterra. Ambos acontecimientos reemplazaron de facto al cristianismo como religión dominante de Occidente con una nueva religión civil de universalismo liberal. En efecto, los valores de tolerancia religiosa, paz social y progreso secular se colocaron por encima del cristianismo y, desde entonces, el cristianismo se ha sometido —a veces con entusiasmo, a veces a regañadientes, pero se ha sometido— a esta nueva religión civil.

En segundo lugar, la unidad de Occidente es en parte ilusoria, porque el universalismo liberal ha abierto Europa a la subversión y la colonización por pueblos que defienden de boquilla el universalismo liberal, pero que practican formas tribales de particularismo (sobre todo, los Judíos, aunque también los Amarillos y la gente de Oriente Medio y los inmigrantes tercermundistas) o formas rivales y no liberales de universalismo (islam, marxismo). La sociedad universalista liberal, al no insistir en una reciprocidad genuina por parte de los demás, es un sistema auto-subversivo que será desmembrado por los extranjeros que permite en su seno.

El Nacionalismo Blanco, tal como lo concibo, no es sólo una filosofía política que compite por el poder con otras filosofías políticas bajo la hegemonía universalista liberal. Más bien, debe aspirar a desplazar al universalismo liberal y establecer una hegemonía Nacionalista Blanca, una nueva religión civil para Occidente que trate la preservación y el florecimiento de nuestra raza como el bien más elevado, al cual todos los valores menores deben estar subordinados. El Nacionalismo Blanco debe hacer del bien supremo de nuestra raza el centro de un culto público que celebre nuestra Identidad, nuestra herencia, nuestros héroes y nuestro destino fáustico.

En este contexto, los debates “cristianismo versus paganismo” que hay en los círculos Nacionalistas Blancos resultan fuera de lugar.

Los críticos del cristianismo tienen razón: los valores cristianos son, en el mejor de los casos, indiferentes a la preservación racial y, en el fondo, hostiles a ella. Más allá de eso, el cristianismo no es realmente una alternativa al universalismo liberal, el cual tan sólo ha secularizado los valores cristianos y las fantasías escatológicas.

Pero los críticos del cristianismo se equivocan al pensar que el cristianismo es, hoy en día, el principal enemigo; pues la verdadera religión de nuestro tiempo es el universalismo liberal, ante el cual incluso el Papa se pone de rodillas.

Además, la mayoría de quienes aconsejan un retorno al cristianismo tan sólo están imaginando en realidad un período anterior, menos abiertamente decadente, de la historia del universalismo liberal occidental. Si realmente supieran algo sobre la verdadera historia de la cristiandad —si leyeran la historia de la cruzada albigense, la Guerra de los Treinta Años o la Guerra Civil inglesa, por ejemplo—, la mayoría de ellos rechazaría con horror una verdadera restauración del cristianismo.

No me cabe duda de que las religiones Europeas autóctonas pueden ser resucitadas mediante el estudio de fragmentos que han llegado hasta nosotros, accediendo a las huellas de tradiciones vivas y teniendo experiencias directas de lo numinoso. No me cabe ninguna duda de que las religiones populares Europeas son más coherentes con la política identitaria Europea que con el cristianismo, el islam, el universalismo liberal y demás.

Pero no veo ninguna señal de que los neopaganos deseen seriamente establecer una religión civil pagana. La mayoría de los neopaganos parecen totalmente satisfechos con ser socialmente marginales, outsiders “tolerados” en lo que ellos imaginan que es una sociedad cristiana.

Además, cuando se habla de política, los neopaganos se dividen básicamente en dos bandos: universalistas liberales y Nacionalistas Blancos. Y seamos francos: la gran mayoría son universalistas liberales o Nacionalistas Blancos en primer lugar, y neopaganos en segundo lugar.

Para los Nacionalistas Blancos, la verdadera lucha religiosa de nuestro tiempo no debe ser entre cristianos y paganos. El cristianismo no gobierna, y los neopaganos ni siquiera saben lo que eso implicaría. La verdadera lucha es entre el universalismo liberal y el Nacionalismo Blanco.

Entonces, ¿cómo sería el panorama religioso bajo una hegemonía Nacionalista Blanca?

En primer lugar, bajo la hegemonía universalista liberal existe una unidad total en torno a los valores universalistas liberales. De la misma manera, bajo el Nacionalismo Blanco habría una unidad total en torno a la suprema importancia de la preservación y el progreso de la raza Blanca. La denigración o destrucción de nuestra raza estarían fuera de los parámetros de la opinión aceptable, al igual que el Nacionalismo Blanco está actualmente fuera de los límites de la sociedad correcta. Todas las religiones civiles raciales y hegemonías rivales serían suprimidas: liberalismo, marxismo, islam, judaísmo, etc.

En segundo lugar, al igual que bajo la hegemonía del universalismo liberal, habría pluralismo y tolerancia en todos los asuntos sin importancia. Mientras las confesiones cristianas no desafíen a la religión civil racial, disfrutarán del mismo estatus que tienen hoy bajo el universalismo liberal. Lo mismo aplica para todas las formas de neopaganismo, las importaciones del Lejano Oriente y cualquier otra religión que se quiera inventar.

Puesto que el reino del cristianismo no es de este mundo y puesto que la Iglesia tiene una larga historia de flexible acomodamiento a cualquier César que esté en el poder, el cristianismo rápidamente se reconciliará con la religión civil racial.

Muchos de los valores del universalismo liberal —empresa privada, vida privada, libertad de pensamiento, de expresión y de creatividad, etcétera— también pueden ser conservados bajo una hegemonía Nacionalista Blanca en la medida en que sean coherentes con la supervivencia y la salud racial.

Bajo una hegemonía Nacionalista Blanca, se entendería que la religión civil racial no satisfaría plenamente las necesidades espirituales de todos. Pero, como en la antigüedad, todo el mundo sería libre de explorar cultos mistéricos y credos extranjeros mientras no socaven nuestra raza. Por mi parte, mi raza no es sólo mi nación, sino también mi religión.