Nueva Derecha vs. Vieja Derecha Capítulo 8: La Psicología de la Conversión

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William Blake, “The Conversion of Saul”

2.269 palabras

English original here [2], Traducciones: Estonio [3], Francés [4], Polaco [5]

Capítulo 1 aquí [6], Capítulo 7 aquí [7], Capítulo 9 aquí [8]

 ¿Cómo convertir a la gente al Nacionalismo Blanco? Para contestar esta pregunta, tenemos que preguntarnos cómo fuimos convertidos nosotros, y luego hacer lo mismo con los demás. El método más natural de conversión es compartir la información que nos hizo que nos convirtiésemos: información sobre diferencias biológicas entre razas, los problemas de la diversidad, la sistemática discriminación y denigración anti-Blanca, el peligro de que los Blancos se vean desbordados por no-Blancos que se reproducen rápidamente, el papel de la comunidad Judía organizada en crear esta situación y en impedir que nuestra gente resuelva estos problemas.

Cuando se observa la conversión como un asunto de información, la tarea parece más bien un caso claro. Pero también parece inmensa y desalentadora. Porque, aunque el internet ha sido una gran ayuda para nuestra causa, simplemente no hay forma de que podamos competir con el Sistema en términos de capacidad para adoctrinar y llegar a la mente de nuestro pueblo. Una vez que nuestra causa se enmarca como una carrera contra el Sistema en transmitir información, sólo podemos desfallecer o refugiarnos en fantasías sobre igualar el campo de juego mediante el colapso, o encontrando un multimillonario pro-Blanco que nos compre un canal de televisión o un estudio de cine.

Quiero sugerir, sin embargo, que el proceso de conversión es más complejo y más esperanzador que la mera transmisión de información al pueblo.

En Las Variedades de la Experiencia Religiosa, William James dedica dos capítulos a la psicología de la conversión religiosa. En estos capítulos, cita extensamente informes autobiográficos de conversiones religiosas (todas ellas al cristianismo). Lo llamativo de estos relatos es que las conversiones no tienen lugar a través de la adquisición de nueva información, o incluso de una nueva visión del mundo. En todos los casos, está claro que los conversos ya creían en Dios, en el pecado y la redención a través de Jesucristo antes de convertirse.

Por lo tanto, la conversión no era una cuestión de cambio de creencias, sino de un cambio en la importancia relativa de sus creencias. James diferencia entre el centro y los márgenes de nuestros intereses. En el centro de nuestros intereses están los asuntos “calientes y vitales” a partir de los cuales “el deseo y la volición personales hacen sus incursiones”. Son los “centros de nuestra energía dinámica”.[1] [9] Son las cosas que importan, las cosas que nos empujan a actuar.

James también afirma que nuestras creencias están naturalmente agrupadas en diferentes “sistemas” de ideas. A medida que cambian nuestros intereses, unos sistemas se convierten en el foco de nuestra atención, brillando con calor y vital interés, mientras que otros se vuelven fríos y marginales. Según James, cuando “el foco de excitación y calor (…) llega a encuadrarse permanentemente dentro de cierto sistema (…) lo llamamos conversión, especialmente si se da por una crisis o repentinamente” (p. 217).

James desea reservar la palabra conversión para las transformaciones religiosas, pero también se puede hablar de conversión política. “Decir que un hombre es un ‘converso’ significa (…) que las ideas religiosas, anteriormente periféricas en su conciencia, ahora toman el lugar central, y los objetivos religiosos forman su centro de energía permanente” (p. 218). Cuando un nuevo sistema de ideas se convierte en el núcleo permanente en la vida de uno, “todo tiene que reestructurarse en torno suyo” (p. 218).

Lo que James cuenta sobre la conversión tiene importantes implicaciones para el Nacionalismo Blanco.

La primera es la aleccionadora constatación de que informar a nuestro pueblo no es suficiente si la información se mantiene periférica a los centros activos de sus vidas. Si la información no es lo suficientemente importante como para hacer algo al respecto, nada cambiará.

En segundo lugar, la clave para la conversión al Nacionalismo Blanco es, en última instancia, moral. Es una cuestión de valores. La clave no está en informar, sino en hacer que la información importe, hacerla de suprema y central importancia, de modo que los valores que compiten con ella ya no tengan fuerza inhibidora que impida actuar.

Desafortunadamente para nosotros, James afirma que la psicología sólo puede describir el proceso de conversión, pero no puede explicar todos los detalles de cómo y por qué estos cambios tienen lugar. De hecho, dice que ni siquiera los conversos mismos son plenamente conscientes de todos los factores que intervienen.

El relato de James sobre la conversión se aplica bastante bien a mi caso, aunque desconozco si es típico o no. Yo no me hice Nacionalista Blanco gracias a los esfuerzos educativos del movimiento. Ya era consciente de las diferencias raciales, los aspectos negativos de la diversidad, la discriminación anti-Blanca, el peligro demográfico Blanco e incluso el problema Judío por medio de las fuentes dominantes y mis experiencias personales mucho antes de que conociera al movimiento. La mayor parte de la información que recibí sobre estos asuntos estaba, por supuesto, seleccionada para confirmar los prejuicios del Sistema y cargada de juicios de valor negativos. Sin embargo, ya era consciente de cada uno de los elementos de mi actual cosmovisión a los 16 años.

Sólo faltaban tres cosas.

Primero, necesitaba poner en orden la información y sacar las conclusiones adecuadas. Y eso estaba básicamente ya esbozado, puesto que ¿no había sido ya informado miles de veces que la conciencia racial Blanca es una pendiente resbaladiza hacia el Nacional Socialismo?

Segundo, me inhibían de sacar esas conclusiones los estigmas morales extremos que llevaban aparejados, así como la imagen extremadamente negativa que me habían vendido sobre los defensores de tales ideas. Simplemente, no podía ser una de esas personas, esos brutos mezquinos e imbéciles.

En mi caso, el estigma moral fue mucho menos prohibitivo, porque yo jamás había sido un igualitarista ni sentí la más mínima culpa inmerecida. Pero, aunque era capaz de ser incrédulo sobre el cristianismo, la igualdad y la culpa Blanca, aún aceptaba que ninguna persona decente, inteligente y culta podría hoy creer cualquier cosa remotamente parecida al Nacionalismo Blanco. (Eso sólo cambiaría en el año 2000, cuando conocí por primera vez a un verdadero Nacionalista Blanco.)

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You can buy Greg Johnson’s New Right vs. Old Right here [11]

Aparte de los estigmas morales adscritos al etnocentrismo, también le otorgaba un inmerecido valor a la libertad, al individualismo y al capitalismo, y asumía que tales valores Europeos eran universales y serían correspondidos por todos los pueblos.

Sólo busqué información del movimiento después de que mis inhibiciones se hubiesen evaporado, después de haber llegado finalmente a las conclusiones de lo que yo ya sabía sobre la terrible situación de nuestra raza y de lo que debe hacerse para revertirla.

Creía en todo lo que creían los Nacionalistas Blancos, y me informé de todo con bastante rapidez. Pero ni siquiera eso fue suficiente para convertirme en Nacionalista Blanco, ya que había otro factor en medio de mi camino.

Todavía no era un verdadero Nacionalista Blanco, porque mis creencias eran esencialmente un hobby privado, un aspecto altamente interesante en mi vida, pero nada más. El núcleo de mis intereses era aún la filosofía, y mi objetivo era mi carrera académica.

La razón por la cual mis creencias Nacionalistas Blancas eran marginales es compleja. En parte, seguramente, se debía al hecho de que llegaron más tarde que otras de mis convicciones. Pero también en parte era porque creía que a fin de cuentas el Nacionalismo Blanco no importaba. Concretamente, creía que no había nada que yo pudiera hacer ―nada que alguien pudiera hacer― para revertir la decadencia de nuestra raza.

Pero no perdí las esperanzas, porque también pensaba que el sistema actual era insostenible y que, por lo tanto, acabaría cayendo por su propia corrupción y sus contradicciones internas. Y, debido a que parecía poco probable que el Sistema fuera a ser más longevo que nuestra raza, pensé que después del “colapso” nuestra gente aún tendría posibilidades en la lucha. Hasta entonces, sin embargo, no podría hacerse nada. Así que mis energías primarias estaban enfocadas hacia otro lado, hacia donde sentía que podía hacer una diferencia.

Mi conversión real al Nacionalismo Blanco llegó hacia el otoño de 2001. Las razones son también complejas.

Uno de los factores fue el 11 de Septiembre, el cual me llevó a realizar mis primeras declaraciones públicas sobre el problema Judío, porque llegué a creer que entonces era posible avanzar de verdad. Otra experiencia formativa fue mi visita a París a la Fête des Bleu-blanc-rouge del Frente Nacional. Fue embriagador estar entre miles de personas con ideas afines. No podemos ganar como individuos aislados. Pero allí en París había una prueba concreta, palpable y visceral de que el pueblo Blanco puede unirse para lograr grandes cosas.

Hubo también otros eventos que me motivaron, pero, cuando pienso en ellos, todos me llevaban a la convicción de que yo podía hacer algo, porque nosotros podemos hacer algo. Incluso si crees que algo puede hacerse, no actuarás si sientes que estás solo, ya que los individuos no pueden cambiar el curso de la Historia por sí mismos. Sabemos que, si nos declaramos abiertamente, habrá oposición. Así, tiene sentido ser cauteloso hasta saber que otros estarán a tu lado. Y a pesar de todos los defectos del “movimiento”, de ayer y ahora, quedé convencido de que suficientes Nacionalistas Blancos son capaces de tener el valor, la lealtad y la solidaridad necesarios para cambiar el curso de la Historia, así como otros movimientos intelectuales lo han hecho antes. Realmente podemos salvar el mundo.

Otro descubrimiento crucial fue que no hay contradicción entre el activismo y la creencia en fuerzas históricas mayores que frenan nuestra capacidad ―individual o colectiva― para cambiar el mundo. La solución yace en las enseñanzas del Bhagavad-gita: cada individuo debe cumplir su deber, sin importar las consecuencias. Sabemos lo que hay que hacer, pero no sabemos las consecuencias de hacerlo. Por lo tanto, hay que actuar de acuerdo con nuestro conocimiento del deber, y no según nuestras conjeturas sobre las consecuencias. Uno debe poner todo de su parte y dejar que los dioses decidan el resultado. Y yo creía que mi obligación era luchar. Ésa es la ética de un movimiento que puede salvar al mundo.

Una vez que estas ideas cristalizaron, todo lo demás se quedó por el camino. Procurar una carrera académica parecía particularmente absurdo. No podía hacerlo. Ni siquiera como una impostura.

Quiero terminar con una sugerencia alentadora. Quizás podamos preocuparnos menos sobre informar a nuestra gente, porque: 1) está mejor informada de lo que nos pensamos, y 2) el Sistema está educándola mejor de lo que jamás podríamos hacerlo nosotros.

Una de las razones por las cuales el evento del 11 de Septiembre me pareció tremendamente alentador es que mostró que los estadounidenses están mucho mejor informados sobre el problema Judío de lo que esperaba. Unos días después de los ataques, la NBC y Reuters publicaron una encuesta indicando que dos tercios del público creían que los ataques terroristas tuvieron lugar porque Estados Unidos estaba muy vinculado a Israel. En los años posteriores, la experiencia directa no ha hecho sino reforzar mi convicción de que nuestra gente es mucho más consciente de las preocupaciones de los Nacionalistas Blancos de lo que creemos. Si creas un ambiente seguro y comprensivo, y luego escuchas, es increíble lo que puedes oír. Y, como yo, la mayoría de esas personas han llegado a estas conclusiones a través del Sistema, no del movimiento.

Algunos de nosotros desesperamos porque nunca seremos capaces de competir con la propaganda del Sistema a favor de la diversidad. Pero ¿acaso no creen los Nacionalistas Blancos que la exposición a la diversidad inevitablemente crea odio y conflicto étnico? Si es así, entonces, al forzar la diversidad entre los Blancos, el Sistema está haciendo el trabajo por nosotros. Y la propaganda sólo se está intensificando. Crecí en una comunidad abrumadoramente Blanca. Mi educación fue casi ajena a la corrección política. Yo era inmune a la culpa Blanca. Y, aun así, no fue hasta después de cumplir los 30 que finalmente llegué al Nacionalismo Blanco. Hoy, conozco Nacionalistas Blancos adolescentes completamente conscientes y bien informados. La mayor parte de su educación viene del Sistema. El movimiento tan sólo les dio los toques finales.

Creo que hoy Estados Unidos es muy parecido al Este europeo de los años 80: un sistema totalitario comprometido públicamente con otra versión de la mentira igualitarista. Como el comunismo, el sistema estadounidense se está volviendo cada vez más hueco y frágil a medida que los Blancos deciden, en la privacidad de sus propias mentes, que la igualdad es una mentira, que la diversidad es una plaga y que el Sistema está amañado contra ellos. Pero aún no actúan en base a estas convicciones porque, básicamente, creen que están solos. Si se equivocan, saben que serán perseguidos y que nadie acudirá en su defensa. (Nadie salvo esa gente.) Pero si la capacidad del Sistema de suprimir a los disidentes vacila lo suficiente como para que la gente se dé cuenta de que no están solos, entonces las cosas pueden cambiar rápidamente. Y tales cambios dependen de factores morales, no de información.

No estoy denigrando los esfuerzos del movimiento por educar al público. Pero la información por sí sola no puede producir la conversión. Así pues, ninguna cuestión es más importante para los Nacionalistas Blancos que la psicología de la conversión. Estaría particularmente interesado en oír los pensamientos de Kevin MacDonald sobre este asunto, pero todos nosotros necesitamos reflexionar sobre nuestros propios viajes intelectuales. Nuestro objetivo debería ser desarrollar toda una serie de técnicas para convertir a los adeptos pasivos en luchadores activos. La información es el combustible; la conversión será la chispa que encienda el mundo en llamas.

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Nota

[1] [16] William James, The Varieties of Religious Experience (New York: Modern Library, 1994), p. 217.