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Adolf Hitler nació el 20 de abril de 1889. Cada 20 de abril, las páginas web de los Nacionalistas Blancos ven inevitablemente cómo aumenta la discusión y el debate sobre Hitler y su legado. Las posiciones varían generalmente entre dos polos: Hitler es el problema y Hitler es la solución.
La afirmación de que Hitler es el problema es básicamente un rechazo al insoportable peso de la culpabilidad por asociación. Hitler es el hombre más odiado de toda nuestra judaizada cultura. De hecho, odiar a Hitler es el único juicio moral no estigmatizado por los relativistas morales modernos. El único criterio moral absoluto que se nos permite es Hitler, la encarnación del mal, y todos los males menores son malos por ser “como Hitler” — lo cual, en última instancia, significa que todos los Blancos somos malos debido a nuestro parentesco con él―.
El argumento de que “Hitler es el problema” se reduce a esto: si Adolf Hitler no hubiera empezado la Segunda Guerra Mundial, matado seis millones de Judíos y haber tratado de conquistar el mundo, el Nacionalismo Blanco tendría buena prensa y quizás lograría avanzar en el plano político. Hitler es la razón de que el realismo racial, la eugenesia, el control inmigratorio y el nacionalismo hayan sido desacreditados a ojos de los Blancos de todo el mundo. Así pues, para que el Nacionalismo Blanco tenga alguna posibilidad de cambiar el mundo, necesitamos condenar y repudiar ritualmente a Hitler y todo lo que representaba, así como a todos sus seguidores actuales.
Este argumento me parece moralmente despreciable y políticamente ingenuo.
Es despreciable porque es esencialmente un intento de ganarse el favor de nuestros enemigos y complacer a los ignorantes y bobos tirando basura sobre un Blanco leal. Y no nos equivoquemos: Adolf Hitler, cualesquiera que fuesen sus defectos, fue un hombre Blanco leal que luchó y murió no sólo por Alemania, sino por toda nuestra raza.
Culpar a Hitler también es moralmente obsceno porque absuelve a toda una serie de villanos que son los verdaderos arquitectos de la perdición de nuestra raza: los traficantes de esclavos y propietarios de plantaciones que introdujeron a los Negros en Estados Unidos, los magnates ferroviarios y otros plutócratas que trajeron a los Amarillos a nuestras costas, los traicioneros capitalistas que están destruyendo las clases medias y trabajadoras Blancas mediante la importación de mano de obra no-Blanca (legal o ilegal) y enviando puestos de trabajo estadounidenses al Tercer Mundo, los igualitaristas que no han dudado en derramar océanos de sangre Blanca para promover la igualdad moral y política de los no-Blancos y, por supuesto, todos los políticos que han estado cumpliendo las directrices de todos los anteriores.
También hay que culpar a toda la comunidad Judía organizada, que ha utilizado su control sobre los medios de noticias y entretenimiento, el mundo académico y profesional, así como su enorme riqueza, para corromper todos los aspectos de la política, los negocios y la cultura estadounidense y para desarrollar y promover el multiculturalismo, la inmigración masiva de no-Blancos, el mestizaje, la integración racial y una cultura venenosa de auto-odio Blanco y belicosidad no-Blanca.
Culpar a Hitler también es políticamente ingenuo. Nuestra raza no se encaminó a su destrucción cuando Hitler fue elegido canciller de Alemania en 1933. El problema empezó mucho antes, pero el verdadero punto de cambio empezó en 1880 con la inmigración de millones de Judíos del Este europeo a Estados Unidos, un país que no era cultural ni políticamente capaz de comprender y contener la amenaza que representaban. Para el año 1917, la comunidad Judía organizada ―operando a través de una cábala en torno a Woodrow Wilson― tenía suficiente poder para meter a Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial como contrapartida en la Declaración Balfour del imperio británico, que allanó el camino para la fundación del Estado de Israel.
Cuando los Judíos llegaron en masa a Estados Unidos, se encontraron con una gente en gran medida inocente y confiada, y sólo las más débiles barreras para su acceso a la riqueza y el poder. ¿Y qué gratitud tuvo la comunidad Judía para con el país y el pueblo? Tan pronto como pudieron, cambiaron la vida de 116.000 hijos de esos confiados estadounidenses, más el sufrimiento de otros 205.000 jóvenes que fueron heridos, algunos de ellos de forma indescriptible, más la angustia mental sufrida por diez millones de soldados y sus seres queridos, más los años robados a las vidas de diez millones de soldados y de todos aquéllos que trabajaron para apoyarlos, más los incontables millones de europeos que sufrieron y murieron porque la entrada de Estados Unidos en la guerra la prolongó aún más: todo ello para conseguir la promesa británica de permitir a los Judíos desplazar a los Árabes de Palestina y fundar el Estado Judío.
Éste fue un momento crucial en la Historia mundial: en Estados Unidos quedó claro que los Blancos habíamos perdido el control sobre nuestro propio destino a manos de los Judíos, y, desde entonces, los Judíos han podido utilizar su hegemonía dentro de Estados Unidos para hacerse con el control del destino de los países Blancos de todo el mundo y llevar a cada vez más de ellos por la senda de la extinción.
No, su control no era absoluto. En 1924, los estadounidenses Blancos aprobaron restricciones respecto a la inmigración. Pero, para 1941, los Judíos y sus aliados llevarían a Estados Unidos a otra guerra mundial; en las décadas de los ‘50 y ’60, ellos encabezaron, financiaron y controlaron el movimiento de los derechos civiles; y, en 1965, después de más de 40 años ejerciendo de lobby, los Judíos fueron protagonistas en la apertura de las fronteras de Estados Unidos a la inmigración no-Blanca.
Si Hitler nunca hubiera sido elegido canciller de Alemania, si la guerra nunca hubiera ocurrido, los Judíos habrían seguido presionando para abrir las fronteras; habrían seguido promoviendo el multiculturalismo, el feminismo y la decadencia cultural generalizada; habrían seguido promoviendo el negacionismo racial pseudocientífico, el igualitarismo racial y la integración racial; habrían seguido corrompiendo nuestro sistema político en favor de los intereses Judíos y a expensas de los intereses estadounidenses. ¿Cómo lo sé? Porque ya estaban haciendo todas estas cosas mucho antes de que Hitler llegara al poder.
Los Judíos están promoviendo las condiciones que conducen al genocidio de la raza Blanca. No lo hacen como “autodefensa” contra la agresión de Hitler, dado que ya lo estaban haciendo cuando Hitler no era más que un soldado raso en la Gran Guerra. De hecho, la verdad es que Hitler hizo lo que hizo en defensa propia frente a la agresión Judía, la misma agresión Judía que estamos sufriendo hoy de forma mucho más intensa.
El argumento de “culpar a Hitler” también comete lo que me gusta llamar la falacia de “una cosita”. Según algunos, Adolf Hitler es el único obstáculo para nuestra victoria. Si tan sólo se hubiera dedicado a ser pintor, hoy viviríamos en una República Blanca. Pero la Historia no es tan simple. La Historia es el resultado de miles de millones de factores causales que interactúan entre sí. Por lo tanto, las posibilidades de que sólo “una cosita” sea responsable de fenómenos históricos de gran escala, buenos o malos, son nulas.

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Un buen ejemplo de esta falacia es una falsa cita atribuida a Benjamin Franklin que circula entre los círculos de derechas. Según esta leyenda, Franklin afirmó que Estados Unidos necesitaba excluir a los Judíos desde el principio, ya que de otro modo esa sola cosita descompondría nuestro perfecto sistema político y nuestra cultura. Este tipo de pensamiento es atractivo porque simplifica considerablemente las cosas y nos ahorra la necesidad de reflexionar sobre problemas más amplios, profundos y sistemáticos que podrían implicarnos también a nosotros.
Culpar a Hitler no es más que otra forma de culparnos a nosotros mismos de nuestro declive racial actual. Desvía la atención de los verdaderos culpables ―los traidores Blancos y los extranjeros― y reemplaza la justa ira contra nuestros enemigos con un desmoralizante autorreproche y cuestionamiento contra nosotros mismos. La ira motiva la acción. El autorreproche promueve la pasividad. Así pues, nuestra marcha hacia la desaparición continúa ininterrumpida.
Los Nacionalistas Blancos que sienten que Hitler es una carga para nuestra causa deben reconocer que condenarlo ritualmente en su aniversario no hace bien alguno. Hitler está muerto y no se le puede hacer daño. Y ellos siguen siendo goyim condenados a la extinción. Lo único que ha cambiado es su propio estatus moral. Puede que se hayan granjeado la estima de los necios y los granujas, pero hombres mejores que ellos los ven como ignorantes y mezquinos. ¿De qué sirve la amistad de los corruptos y cobardes si te cuesta la de los honorables e íntegros?
¿Cómo se puede, entonces, aliviar el peso de “Hitler” (el Hitler de la propaganda anti-Blanca)? Si una persona daña tu coche, insultarlo puede hacerte sentir bien, pero la única forma de arreglar las cosas es obteniendo algún tipo de compensación.
¿Cómo puede Hitler compensarnos por la carga de “Hitler”? Todo lo que tiene para ofrecernos hoy día es conocimiento. Así pues, si podemos aprender algo de Hitler que ayude de hecho a nuestra raza, eso al menos contribuiría a aliviar o aligerar el peso de “Hitler”. Si realmente crees que “Hitler” está manteniendo a la raza Blanca en la ruina, entonces retoma a Hitler: lee Mein Kampf, sus Conversaciones de Sobremesa, etc., y mira si puedes extraer de ello algunas verdades útiles.
Hay mucha verdad ahí: sobre Raza, Historia, Cuestión Judía, filosofía política, economía, cultura, religión y los callejones sin salida del liberalismo y conservadurismo burgueses. Mein Kampf está lleno de consejos prácticos sobre organización política radical y propaganda que siguen siendo válidos hoy en día.
Hitler también tenía razón en otra cosa: las ideas que sustentan el Nacional Socialismo pueden ser universal y eternamente ciertas, pero el movimiento Nacional Socialista ―sus plataformas políticas, simbolismo y otros adornos exteriores― son producto de un tiempo y un lugar concretos. Por lo tanto, las personas que se visten como camisas pardas en los Estados Unidos del siglo XXI sólo tienen una comprensión superficial de las enseñanzas de Hitler. Hoy en día, un verdadero seguidor del Líder luciría tan useño como el pastel de manzana. Los Nacionalistas Blancos deberían esforzarse por ser actores históricos, no meros recreadores.
La Nueva Derecha norteamericana se aparta, sin embargo, del camino de Hitler en un punto fundamental: quería reducir a hermanos Europeos, especialmente a los eslavos, a pueblos colonizados, lo que contradice el principio básico del etnonacionalismo para todos. La Nueva Derecha se pronuncia por un etnonacionalismo para todas las naciones, y rechazamos el totalitarismo, el imperialismo y el genocidio de la Vieja Derecha.
La Segunda Guerra Mundial fue, por supuesto, una catástrofe humana. Pero Adolf Hitler no fue el único ni el principal responsable de esa guerra. Se necesita un mundo para hacer una guerra mundial. Los intentos de Hitler de incorporar al Reich a las poblaciones alemanas oprimidas eran aplicaciones completamente legítimas del principio etnonacionalista.
Es trágico que Polonia estuviera gobernada por aventureros criminales que deseaban retener la ciudad alemana de Danzig. Pero Hitler empezó una guerra con Polonia. Fueron los británicos y franceses los que le declararon la guerra a Alemania, provocando una conflagración mundial. El hecho de que no declararan también la guerra a la URSS, que también invadió Polonia, demuestra que su preocupación por la independencia polaca no era más que un hueco pretexto usado para avivar la intransigencia polaca con el fin de disminuir la posibilidad de una salida negociada, y aumentar la probabilidad de una guerra.
No se pueden justificar todas las acciones llevadas a cabo en una guerra, pero los alemanes no cometieron ningún crimen que los Aliados no igualaran o superaran.
Con respecto a la Operación Barbarroja contra la Unión Soviética: aparte del hecho de que Stalin y su régimen bien merecían ser destruidos, hay evidencias creíbles de que los soviéticos, intentando aprovechar la guerra en el Oeste, se prepararon para lanzar una invasión a gran escala para apoderarse de todo el Oeste europeo en algún momento de 1941. Los soviéticos ya habían invadido Finlandia, Rumanía y los países bálticos, así como Polonia, en 1939 y 1940. Tal ataque contra el Oeste era, por supuesto, una consecuencia previsible de la guerra que aparentemente nunca entró en los cálculos de los británicos y franceses.
Hitler y sus compañeros del Eje se adelantaron a esa invasión y casi destruyeron la Unión Soviética, que sobrevivió debido en gran parte a la ayuda estadounidense. Aunque el Eje fue derrotado y Stalin conquistó el Este y el Centro del continente europeo, fue sólo gracias a la lucha titánica y el sacrificio de Hitler, el pueblo alemán y sus socios del Eje que todo el Oeste europeo no fue engullido por el comunismo. Adolf Hitler fue, en pocas palabras, el salvador de Occidente.
Te recomiendo leer unos cuantos libros sobre Hitler y la Segunda Guerra Mundial sólo para no caer en la trampa de hablar en términos absurdos como “Hitler comenzó la Segunda Guerra Mundial” y “Hitler quería conquistar el mundo”. Empieza con el magnífico libro de R.H.S. Stolfi, Hitler: Beyond Evil and Tyranny. Seguido por Churchill, Hitler, and “The Unnecessary War: How Britain Lost Its Empire and the West Lost the World”, de Patrick Buchanan. También echaría un vistazo al de A.J.P. Taylor, Los Orígenes de La Segunda Guerra Mundial. Y asegúrate de leer los apasionantes libros, repletos de datos, de David Irving, El Camino de la Guerra y La Guerra de Hitler. Investigadores de menor rango los saquean rutinariamente, así que es mejor ir directamente a la fuente. (Además, para apreciar los esfuerzos de paz de Hitler, puedes leer a Frederic Spotts, en Hitler and the Power of Aesthetics, que es mi libro favorito sobre Hitler.)
No creo que el progreso del Nacionalismo Blanco en el siglo XXI requiera la rehabilitación de Hitler y el Tercer Reich, que, en cualquier caso, sería una labor infinita para los estudiosos y una distracción para los activistas políticos. Pero cuando nos lanzan regularmente tópicos históricos como granadas, todo adulto responsable debe tener el conocimiento básico necesario para desactivarlos. No necesitamos ser unos eruditos doctores en revisionismo, pero deberíamos ser capaces de aplicar algunos primeros auxilios en el campo de batalla.
Quizás lo más subversivo que uno puede hacer con respecto a Adolf Hitler sea simplemente ignorar a aquéllos que lo odian o lo aman ciegamente y, en su lugar, analizarlo racional y objetivamente, como a cualquier otra figura histórica. Si sigues este consejo, te garantizo que la pesada carga de “Hitler” empezará a desvanecerse lentamente.
Pero también descubrirás que la carga de pensar que “Hitler” estaba equivocado no es nada en comparación con la carga de creer que Hitler tenía razón.
* * *
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