El Fin de la Globalización

Graphic by Harold Arthur McNeill [1]

Gráfico por Harold Arthur McNeill

1,981 words

English original here [2]

El mercado es una institución inherentemente global. El mercado es no-racista, no-nacionalista, y no-religioso, puesto que las decisiones son tomadas meramente en términos monetarios, la raza, la nacionalidad, y la religión de los compradores y vendedores simplemente no importa. A menudo, son completamente desconocidos.

Conozco la identidad étnica de los dueños de una tienda armenia de alfombras y del restaurante chino al final de la cuadra. ¿Pero cuál es la raza, etnicidad, o nacionalidad de Coca-Cola Corporation? Sus accionistas, empleados, y clientes tienen cada identidad en el mundo. Pero la corporación no tiene identidad alguna. Es global, cosmopolita. Como nos dicen sus jingles famosos, quiere enseñarle al mundo cantar en perfecta armonía, queriendo decir que quiere un país pacificado dónde la gente ha dejado de lado todas las barreras e identidades que puedan impedir la venta de Coca-Cola.

La globalización es el proceso de volver real el potencial cosmopolita, inherentemente global del mercado al romper las barreras religiosas, nacionales y raciales del mercado, cosas tales como leyes proteccionistas, prohibiciones religiosas sobre la usura, enemistades ancestrales entre pueblos, y apegos sentimentales a la comunidad de uno, tribu, patria, etc.

Para los consumidores en el Primer Mundo, la globalización comienza como una cosa buena. Pueden tomar sus sueldos del Primer Mundo y comprar muchos bienes manufacturados de forma muy económica en el Tercer Mundo. Puesto que, para los capitalistas basados en el Primer Mundo, es incluso una cosa mejor, ya que pueden realizar enormes ganancias al vender bienes del Tercer Mundo tan solo a precios levemente menores que los bienes manufacturados con un gasto mayor en el Primer Mundo –y la diferencia de bolsillo.

Por ejemplo, para usar números arbitrarios, cuando los zapatos eran fabricados en EEUU, un par de zapatos de 100$ pueden haber sido manufacturados por un trabajador siendo asalariado 10$ por hora, 40 horas a la semana + horas extras, más beneficios, más vacaciones, en una fábrica regulada para el impacto en la salubridad, seguridad e impacto ambiental. Si, suena como mucha molestia. Pero nunca evitó a los fabricantes de zapatos de los EEUU de volverse millonarios.

Y cuando tal fabricante deja su fábrica al final del día, su auto lujoso compartiría el viaje con los autos modestos de sus propios empleados. Pasaría a través de la zona centro del pueblo dónde las esposas de sus empleados compran; pasaría por la escuela a la cual atendían los hijos de sus empleados; incluso podría presenciar el juego de fútbol americano de la escuela secundaria local y alentar a los hijos de sus trabajadores; manejaría a través de los barrios con casas pintadas cuidadosamente y patios muy cuidados, dónde sus empleados vivirían. Y cuando llegara a su mansión, simplemente saldría del camino y entraría en su vivienda. No habría puertas de seguridad o guardias para protegerlo.

Con la globalización, sin embargo, un par de zapatos similares por 95$ puede ser manufacturado en indonesia por un desgraciado medio muerto de hambre cobrando una fracción del salario, sin tiempo extra, sin vacaciones, sin beneficios, en una fábrica sin regulaciones de salud, seguridad o impacto ambiental. Y el fabricante de zapatos se lleva la diferencia.

Incluso si el estadounidense dueño de la fábrica de zapatos en EEUU tuviera todo su plantel compuesto por compatriotas y tuviera un apego sentimental a su nación y sus empleados, no podría competir con los rivales que no tienen tales lazos. Al final, tendría que cerrar su fábrica: ya sea llevar su trabajo al Tercer Mundo o simplemente ir a la bancarrota. Así el proceso de globalización selecciona y premia los sentimientos desarraigados, cosmopolitas, antinacionales, antipatrióticos, y anticomunitarios.

A la larga, la globalización significa una sola cosa: la igualdad de salarios y los estándares de vida en todo el globo. Eso quiere decir que los estándares del Primer Mundo caerán un poco y los del Tercer Mundo subirán un poco, hasta que la igualdad sea establecida. EN otras palabras, la globalización significa la destrucción de la clase media y trabajadora estadounidense. Significa la reducción de su estándar de vida al nivel de los del Tercer Mundo. La globalización significa la inversión del progreso en los estándares de vida desde la revolución industrial.

Específicamente, la globalización significa la inversión del progreso genuino hecho por la izquierda. Lejos se irá un sueldo alto, días laborales cortos, y beneficios ganados por el movimiento laborista; lejos se irán los planes de salubridad, regulaciones de seguridad, programas de asistencia social, y jubilaciones creadas por los liberales y social demócratas (programas que no existen en el Tercer Mundo); lejos se irá la protección ambiental ganada por los ecologistas (que son sólo impuestas en el Tercer Mundo por el Primer Mundo, el cual ya no tiene ese lujo).

Pero la globalización también afecta a los ricos. Primero, antes que nada, aquellos que se han enriquecido vendiendo cosas a las clases medias y trabajadoras del Primer Mundo desaparecerán junto a sus clientes. No habrá más un mercado para podadoras de montar o casas rodantes. Los ricos restantes producirán ya sea para los super-ricos globales o el proletariado global.

La vida de los ricos será dramáticamente transformada. Alguna gente se volverá muy rica al desmantelar al Primer Mundo. Pero terminarán viviendo como ricos del Tercer Mundo. Se desplazarán de fábricas fortificadas u oficinas fortificadas a mansiones fortificadas en limusinas con armadura y con guardias armados tras pasar barrios bajos y villas miserias. Tendrán relaciones sociales en clubs exclusivos y vacacionarán en resorts exclusivos bajo los ojos de los guardias de seguridad. Como María Antoinette, que le gustaba jugar a la ordeñadora en los jardines de Versalles, ellos incluso pretenderán ser bohemios en pisos de un millón de dólares en Haight Ashbury, o cowboys en ranchos de veinte millones de dólares en Wyoming, o villeros de New England en casas de campo de un millón de dólares en Martha’s Vineyard- habiendo llegado a la cúspide del sistema que ha exterminado a la gente que creo estas formas de vida.

Las consecuencias de la globalización no son secretas. No son al azar e impredecibles. No son arcanas o controversiales. Son predichas en cada texto introductorio básico de economía.  Son aparentes en el estancamiento de la clase media y trabajadora estadounidense y sus estándares de vida de los 70’s y las profundas caídas de la última década, cuando 50,000 fábricas americanas cerraron sus puertas, muchos para enviar su trabajo fuera del país –mientras que millones de inmigrantes, legales e ilegales, llegan a competir con los estadounidenses por los trabajos que quedan, deprimen los salarios, y consumen los servicios públicos que no pueden pagar.

Sin embargo, a la clase media y trabajadora estadounidense nunca se le permitió elegir sobre la globalización, por las razones obvias de que nunca hubieran aprobado su propio empobrecimiento. El movimiento laborista, los partidos políticos, las iglesias, y todas las otras fuerzas que son capaces de resistir la globalización han sido cooptadas.

Los progresistas sinceros reconocen los efectos destructivos de la globalización, pero la mayoría de ellos piensa que la única alternativa al capitalismo global es el socialismo global, lo cual no es solución alguna, incluso si pudiera conseguirse.

Pero si rechazamos la globalización, ¿Cuál es la unidad económica natural? Aquí es donde los Nacionalistas Blancos son capaces de dirigirse a las preocupaciones genuinas del Occupy Movement y otras críticas progresistas de la globalización.  Puesto que el límite donde la globalización termina es la nación. Los EEUU y toda otra nación europea entró en la modernidad y sacó el mejor provecho del progreso social y económico al practicar políticas económicas nacionalistas, incluyendo el proteccionismo. La prosperidad y la justicia social regresará cuando la globalización sea reemplazada por el nacionalismo económico.

Los libertarios acusan al proteccionismo de beneficiar a un grupo a expensas de otro (como si la globalización no hiciera lo mismo). Pero esta es la forma errónea de mirarlo. Cada individuo lleva diferentes sombreros y juega diferentes roles: productor, consumidor, miembro de la familia, ciudadano, etc. El libre mercado nos hace buenos consumidores, pero también nos hace malos ciudadanos al socavar la justicia social y la soberanía nacional. El proteccionismo limita nuestra capacidad adquisitiva como consumidores, pero nos fortalece como ciudadanos. El libre mercado les da poder a algunos empresarios a expensas del bien común, haciéndolos malos ciudadanos. El proteccionismo y otras regulaciones hace que todos los empresarios sean buenos ciudadanos al volver imposible el sacar ganancia a expensas del bien común –lo cual no quita espacio a las oportunidades de generar riqueza de forma socialmente responsable.

Pero, ¿no sería positiva la conclusión de la globalización, ya sea socialista o capitalista, si realmente podría llevar a un mundo sin naciones, fronteras, límites y guerras? Es esta esperanza utópica la que mantiene las alianzas de muchos globalistas más allá de la desolación esparcida sobre la tierra. Es la misma esperanza que mantuvo a los Comunistas más allá de los océanos de sangre que derramaron.

Hay dos réplicas básicas para esto. Una es argumentar que no vale la pena, la cual los utópicos duros nunca aceptaría. La otra es argumentar que un mundo sin naciones nunca será logrado, y que la gente que lo promueve, además, no son serios sobre la noción. La globalización no es una superación del nacionalismo, sino meramente la forma en la cual el mercado dominante de naciones rompe barreras para expandir su propio poder económico. Hoy está codificado en color, Twitter y Facebook llevaron adelante insurrecciones en la Europa del Este y el mundo islámico, siendo meramente versiones modernas de la diplomacia constructora de imperios y de cañoneras del siglo pasado. George Soros es tan solo el Cecil Rhodes de hoy.

Judíos como Soros, por supuesto, son los principales predicadores de las argucias tales como el comercio global, berreras abiertas, mezcla racial, multiculturalismo, y otras formas de borrar la identidad. Pero no muestran signos de practicar estas políticas entre sí mismos. Lo que es suyo lo mantienen; lo que es nuestro es negociable. La implicancia es obvia: su objetivo es destruir todos los límites nacionales y las identidades culturales y raciales que sirven de impedimento al expansivo poder judío. La globalización no es un camino a la libertad universal. Es la creación de un cuello para llevar el yugo judío por toda la eternidad.

Es fácil ver porque los judíos piensan que la devastación causada por la globalización vale la pena, pero es difícil entender porque cualquiera desea acompañarlos, excepto por los productos alienados y desechos del declive cultural. E incluso estas personas tienen que preguntarse a sí mismas si este mundo es el que realmente quieren.

El universalismo, después de todo, no es realmente universal. Sólo los blancos parecen susceptibles en números suficientemente grandes como para que importe. Pero si el universalismo es meramente un sistema de creencias racialmente y culturalmente europeo, la globalización entonces sólo funcionará exterminando a los judíos y otros pueblos antiguos y etnocéntricos como los chinos, coreanos, japoneses, armenios, etc., quienes se rehúsan a saltar dentro de la olla de mestizaje. Esto significa que la globalización no es el camino a la utopía liberal, sino una mera extensión genocida del imperialismo europeo. Pero dada la masiva inversión en la propaganda del Holocausto, incluso los globalistas más fanáticos no tienen el corazón para esa solución, así que al final, tendrán que permitirles a los pueblos etnocéntricos la posibilidad de salir.

Y si los judíos y otros grupos salen de la globalización, ¿por qué no el resto de nosotros? Especialmente debido a que el comercio libre no reciproco es regresivo, disolviendo la soberanía nacional, socavando la justicia social, y llevando el destino de los pueblos europeos a la mano de extranjeros.

La conclusión es clara: Los defensores progresistas de la globalización son ignorantes o deshonestos, promueven un proceso que empobrecerá y esclavizará a los pueblos que pretenden defender. Hay un gran grupo en EEUU por un partido racialmente consiente, nacionalista, anti-globalista, proteccionista, y progresivo. Sólo están esperando el liderazgo.